Con mi marido,
-supongamos que se llama Mario- decidimos
pasar un fin de año distinto. Ir solos a un lugar de la Costa Atlántica y festejar la
llegada del año nuevo allí. Tranquilos, en un lindo hotel, con un brindis en el balcón mirando el mar. Para ello salimos de casa el 29 de diciembre, tanto como para disfrutar
un poco la playa antes del festejo.
Unos 15 días antes, desde
Buenos Aires, elegimos un hotel con
vista al mar. Para el 31 de diciembre la idea era cenar en un restaurante y luego en el hotel a las 12 de la noche, brindar con un
rico Champagne.
Nos decidimos por una
playa a la cual hacía muchísimos años que no íbamos: San Clemente del Tuyú.
Precisamente elegimos ese lugar pues queda
a tan solo 350 Km .
desde la capital. En 4 ó 5 horas se llega manejando tranquilo. (Tardamos 9 hs., ya que todo el mundo tuvo la misma idea
que nosotros).
Nos habían dicho que la
ciudad estaba cambiada, con novedades
que no conocíamos.
Hicimos playa, caminatas y recorrimos algunos lugares muy
lindos verdaderamente cambiados: Punta Rasa, antiguamente llamada Tapera de
López era uno de ellos.
Ese lugar está lleno de jóvenes que hacen desde jet-ski,
wind-surf y kite surf. Cientos de ellos
y a medida que uno se va acercando, se ven en el cielo como si fueran pájaros.
Un hermoso espectáculo.
Hicimos varios paseos más.
Solamente nos quedaba visitar las Termas Marinas, que se instalaron
hace pocos años. Por eso, el mismo día 31 a la tarde, cuando bajó el sol, fuimos a conocerlas.
Las Termas, fueron construidas en terrenos aledaños al Faro
y este quedó dentro de las mismas.
Luego de recorrer un camino de arena en malas condiciones
(bastante serrucho y pozos), que iba por
el medio del campo y donde solo había
pastizales, llegamos al atardecer. Las termas estaban cerradas, pensamos que a
causa del feriado de fin de año. Pero a un costado de la entrada principal, había un camino que decía “Entrada para Proveedores”.
Por curiosos, accedimos a ese camino para mirar
nada más antes de volver a la ciudad.
Ni bien entramos nos entusiasmamos con la belleza del bosque
que rodea la zona. Paramos varias veces a sacar fotos.
A medida que pasábamos
con el coche por las distintas piscinas, veíamos que estaba todo cerrado. Las sillas
y reposeras dadas vuelta, las mesas amontonadas. Pasamos por un restaurante,
cerrado. Una heladería, cerrada. Piletas cubiertas, cerradas y por donde íbamos estaba cerrado. No
había una sola persona. El lugar era muy grande, supongo que de varias
hectáreas, así que llegamos al Faro y nadie.
Sacamos varias fotos y subiendo al coche, dije:
- Volvamos que está cayendo el sol.
Manejamos hasta el
camino por el cual ingresamos y nos encontramos frente a un portón de hierro enorme, de no menos de 3 metros de altura, que no
habíamos visto al entrar. Se ve que al
estar abierto, quedaba oculto dentro de la vegetación. Pero ahora estaba cerrado y si lo veíamos muy bien.
Bajamos del coche e intentamos abrirlo. No había forma. Entre las plantas que
estaban al costado, divisamos una caja que parecía el llamador de un portero
eléctrico. Con algo de preocupación, comencé a pulsar el llamador y a decir:
─ ¡Hola!
Hola… ─ No hubo respuesta
─ Volvamos
para atrás que ví un cartel de
INFORMES ─
dije.
Retrocedimos con el coche y encontramos el edificio de
informes.
Me puse muy contenta pues estaba la puerta abierta, había
luz adentro y al costado, estacionada una camioneta.
─ Bueno ─ dijo Mario ─ por lo menos está el cuidador.
Bajé. Entré a la sala y ví un monitor con las imágenes de
los portones, ahí me enteré de que eran “dos” y muy grandes. Había también una
central telefónica y varios teléfonos más, pero sin gente. A un costado estaban
las llaves de la camioneta.
─ Hola… ¿Hay
alguien? Queremos salir y está cerrado el portón… Hola… Hola… ─ Nada, silencio
total.
Vino Mario y dije:
─ Este
lugar está vacío. Aquí no hay nadie.
Comenzamos a llamar ambos. Nos fuimos metiendo cada vez más en
el interior de lo que parecía la vivienda del cuidador.
Convencidos de que no había nadie allí, salimos a recorrer
los edificios de alrededor: Un taller donde se arreglaban calderas, un Chalet donde
decía Servicios Médicos. Todo cerrado y
deshabitado. Volvimos a la oficina y me dice Mario:
─ Llamemos
a nuestro hotel.
─ Uyy… No
traje el celular
─ Usemos
el teléfono de aquí ─ me
dijo
─ ¿Pero
que le decimos a la gente del hotel? ¿Que estamos encerrados en un parque
termal y no sabemos como salir?
─ Que
llamen a la policía o a alguien…─
dijo con voz preocupada.
Comenzamos a querer marcar el número. La centralita tenía un
código
qué no conocíamos y
no nos daba línea.
─ ¡¡Ayy!!
– dije ─ ¿Qué hacemos ahora? Es la noche de fin de año…
─ Bueno.
No es tan terrible. Este hombre - por el cuidador- se debe haber ido a festejar, dejó todo abierto y tal vez venga mañana ─ dijo Mario.
─
¿Mañana? ¡Pero nos quedamos sin cenar!
Empezaron a encenderse las luces en las calles, aunque aún
había claridad
─ Vos
esperáme aquí. Yo voy a ver por el otro portón─
dijo
Al rato veo a lo lejos, unos 80 metros , que Mario sale
por unos molinetes estrechos y altos que estaban pegados al portón principal.
Me grita:
─ Se
puede saliiir… pasando por el molinete se saleeee...
─ ¿Pero y que hacemos con el
cocheee? ─ grito yo
─ Dejemos
el coche y nos vamos…
─¿Estás
loco? ¿Tenes idea de cuantos km hay hasta la ciudad? Por ese camino no pasa ni un alma. ¿¿ A que
hora llegaríamos?? ¿¿ En que condiciones??
Entonces, Mario
quiere volver a entrar y el molinete no lo permite. Solo era para salir. Él estaba afuera, el coche y yo, adentro.
A esa altura, todo mi
proyecto de pasar un “fin de año tranquilo se había ido al diablo”. Lo iba a
pasar sola, en el coche y sin ninguna
cena. Estaba diciendo en voz alta todo eso, cuando veo a lo lejos a mi marido trepando por
el portón, que aparte de ser muy alto, terminaba en unas puntas de hierro que
parecían lanzas.
─ ¡¡Te
vas a caeeer!! ¡¡ Te vas a quebrar una piernaaa!!
─ gritaba yo desde mi puesto.
¡¡No somos jóvenes!!
Yo pensaba: “lo único que falta es que se quiebre una pierna
y aquí ni un alma…”
Mario pasó hacía el interior del portón y desde allí, se
lanzó y con tanta suerte, que no se cayó.
Otra vez empezamos a recorrer con el coche toda la zona,
llegamos al faro y dije:
─ Aquí sí
tiene que haber alguien. ¡¡Es un faro!!
La casilla del
vigilante estaba cerrada. Otra vez a los gritos:
─ Hola…
Hola… ¿¿Donde están?? ¿¿Hay alguien aquiii???
Volvimos a la oficina de informes y tocamos varios botones de todos los
controles que se veían en un tablero, para ver si abría uno de los portones. Inútil.
Ya cansados y resignados nos sentamos en el coche y dije:
─ ¡No lo
puedo creer… Estamos en este lugar enorme, hermoso, solos y encerrados! Un 31 de diciembre a pocas horas de Fin de
Año.
Las maldiciones salían
de mi boca sin querer.
─ No puede
ser, en algún lado tiene que haber una salida. Recorramos de nuevo todo el
predio ─ insistí
Pero realmente no la había y así estábamos andando con el coche de un lado para otro, cuando
de pronto, vemos a un hombre que cruza
una calle en la zona de piscinas. Le tocamos bocina y gritamos como dos
enloquecidos:
─ ¡Espere!!
¡¡Por favor espere!!
Cuando paramos a su lado, el hombre con cara de asombro, dijo:
─ ¿Pero
ustedes que hacen aquí? ¿Como entraron? ¿Por qué? Hoy está cerrado.
─ Por la
puerta de proveedores –respondí yo, tímidamente ─
Solo deseábamos ver cómo eran las termas. El portón se cerró, queremos irnos, pero no podemos.
Nos miró como diciendo estos dos están chiflados.
─ Vayan
hasta el portón que les abro.
Cuando llegamos, pulsamos el portero eléctrico y ahora sí, el
pesado portón comenzó a deslizarse y salimos hacia la libertad…
Se hacía de noche y aún debíamos ir al hotel y cambiarnos,
pero yo estaba tan nerviosa que cuando llegamos a la ciudad, dije:
─ Necesito
tomar un café para relajarme unos minutos. Paramos en un lugar muy lindo que
estaba aún vacío, pero muy adornado y
todo listo para festejar el fin de año. Me acerco al mostrador y pido por favor que me preparen un café. Fue en
ese momento que escucho:
- ¡¡Gely!!! ¿Cómo te va?
Era el ex esposo de una prima mía, con quién habíamos tenido
mucha relación en otros tiempos. Nos invitó a sentarnos, el restaurante era de
la familia de él. Nos quedamos charlando y cuando contamos como nos habíamos
quedado encerrados en las termas, nos dijo:
─ De
Ustedes dos creo cualquier cosa, ya que los ví en otras aventuras. Pero esta
vez tuvieron suerte.
─ ¿Por…?
─ A la
noche largan los perros y son unos cuantos.
Se nos cayó la mandíbula inferior de la sorpresa…
Sin pasar por el hotel, nos fuimos a cenar así como estábamos al
lugar que habíamos reservado. Finalmente cuando llegamos a nuestra habitación, Mario se durmió. Tuve que despertarlo a las 23:45 hs. para brindar, pues con tanto stress, no aguantó hasta las 12 de la noche. Pero pudimos brindar frente al mar y vimos un hermoso espectáculo
de fuegos artificiales sobre la playa.
Vista desde nuestra habitación |
¡Fue de verdad, un fin de año diferente!
Ay Gely!! Que escapada llena de aventura!
ResponderEliminarUna locura estar encerrados el 31/12 y una locura enterarse mas tarde lo de los perros!
Menos mal que todo terminó bien y que pudieron brindar como lo habían planeado.
Te mando un beso muy grande y el deseo de que este año nos encuentre con mas aventuras y mas anécdotas.
Chin-chin!!
Besotes enormes!!!
Querida Silvia. Mi marido y yo somos dos aventureros natos. No te imaginas las aventuras que hemos pasado a lo largo de nuestra vida. Pero nos encanta, aunque ahora estamos más grandecitos...
EliminarChin chin... Abrazo