Aprovechando el último feriado, nos fuimos una escapada de 4 días al mar. Villa Gesell, ciudad a la que hacía varios años que no íbamos.
La encontramos hermosa! Con esas playas típicas de la llanura pampeana, donde se puede caminar, caminar y caminar… El límite de las caminatas es “lo que el cuerpo aguante”, ya que son muchísimos kilómetros de playas.
La primera mañana salimos a caminar y luego de un buen rato llegamos al muelle.
Encontramos a un pescador al lado de su lancha. Había pescado durante la noche y estaba vendiendo su pesca.
Mucha gente se amontonaba alrededor de una improvisada mesa hecha con unos listones de madera y dos caballetes. En el centro había un agujero y debajo, un recipiente, donde echaba los residuos.
A los costados se encontraban los cajones con los pescados que había extraído del mar. La pesca había sido excelente, me enteré: 16 cajones.
Estos contenían en su mayoría, tiburones de tamaño regular y otros más pequeños, llamados “cazones”. También se veían algunas corvinas y uno que otro pescado de aspecto bastante feucho, que me dijeron se llama “Pollo de Mar”.
Ahí mismo lamenté no haber traído encima la cámara fotográfica y a su vez, no poder comprar un pescado para cocinar, por el hecho de habernos alojado en hotel.
Era impresionante ver al pescador abrir cada pescado, extraer las visceras, despellejarlo, quitar las aletas y cola. Todo a muchísima velocidad y con gran maestría.
Los más venddidos eran los tiburones de tamaño mediano. Los cortaba en trozos gruesos, finos o en lomos, según el pedido de cada cliente.
Se me ocurrió preguntar en voz alta:
─ ¿Cómo se puede cocinar el tiburón?
Al instante desde los cuatro costados empezaron a llover recetas.
Un señor me dijo:
─ Es riquísimo al horno con papas y bien cubierto de: ajo, pregil, cebolla, ají morrón y toda la verdura que le guste.
Pero otra señora lo interrumpió y me dijo:
─ Ahh…pero lo mejor es cocinarlo a la cacerola. Una buena salsa con un chorrito de vino y acompañado de unas papitas hervidas.
Saltó un señor mayor y dijo:
─ No, no. Lo mejor es comer el tiburón frito. Se cortan rodajas finas, se condimentan con sal y pimienta, se pasan por harina y a la sartén con abundante aceite. Cocina de un lado y luego del otro. Bien doradito…
─ ¡Pero es frito! ─ reprochó un jóven atlético. En cambio lo puede hacer a la plancha con limón. Es mucho más sano!
Yo estaba desesperada por memorizar todas las recetas en mi mente. No quería perder ninguna.
Me prometí que iba a volver con mi cámara de fotos, por lo cual le pregunté al pescador:
─ ¿Mañana va a estar?
─ Sí ─ dijo. Tengo que aprovechar que hay muchos turistas.
El pescador estaba, la lancha y la mesa mostrador, también: Pero había muy poca gente. Nada que ver con el día anterior.
Le pregunté:
─ ¿Qué pasa que casi no hay compradores?
─ Es que la pesca fue muy mala. Solo saqué dos cajones y son tiburoncitos chicos.
─ Pero si ayer había sacado muchísimo…
─ Y si. Pero la pesca es así. Hoy, no saco ni para los gastos.
Igualmente tomé las fotos, pero ya no era lo mismo que el día anterior. ¡Qué Pena!
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