Durante su vida en Alemania había pasado por las dos guerras mundiales con mucho sufrimiento. Tenía un carácter
serio y formal. Parecía una persona muy justa y dentro de lo que se
permitía a sí misma, cariñosa.
Todas las mañanas cumplía el mismo ritual.
Quitaba la funda de la jaula, cambiaba el papel con los excrementos del día
anterior por uno nuevo, siempre era una hoja del Argentinisches Tageblatt, que era el diario
que ella recibía semanalmente. Luego renovaba el agua y las semillas de los
comederos. Todo lo hacía mientras murmuraba
palabras en alemán y las cotorritas parloteaban sin parar.
Manuela llegó a creer que las cotorras y La
Oma se entendían en
alemán. A veces ésta, les ofrecía semillas con la palma de su mano dentro de la
jaula y ellas picoteaban sin temor. La armonía entre las cotorras y La Oma era total.
A media mañana si
el tiempo era bueno, sacaba la jaula al jardín, donde había un gancho instalado
especialmente para sostenerla. Ahí las cotorras recibían un refrigerio extra que podía ser, unas hojas de lechuga o algunos trozos de frutas.
Transcurrido el día, al atardecer volvían a la cocina.
Pero había algo muy
especial que La Oma
hacía con las cotorritas dos veces a la semana, como si les otorgase un premio.
Cerraba la ventana de la cocina, abría la canilla de agua fría de la pileta y
regulaba un chorrito pequeño de agua. Entonces abría la puerta de la jaula y
ambas cotorras salían. Revoloteaban un rato por la pequeña cocina para luego ir
a bañarse debajo del chorrito, siempre parloteando y peleando para ocupar el lugar
bajo el agua.
Manuela no podía abstraerse al espectáculo de los pájaros bañándose con tanta naturalidad en el agua, sacudiendo las
alitas, revoloteando y peleando entre ellas.
Cuando se cansaban, solitas volvían a su jaula. Allí quedaban hasta queLa Oma les cerraba la puertita.
Se entendían tan bien entre las tres,
que la niña pensaba:
Cuando se cansaban, solitas volvían a su jaula. Allí quedaban hasta que
-¿Que pasaría si algún día una de ellas desapareciese?
Ver la escena
del baño era un momento tan grato para
Manuela que pedía a su abuela que lo
hiciese todos los días. Pero por alguna razón que nunca supo, La Oma se negaba.
─ ¿Por qué no
bañar a las cotorritas con este calor?
Allí mismo puso manos a la obra. Abrió la canilla de la pileta y reguló el chorro de agua para que no fuese muy
fuerte. Entreabrió la puertita de la jaula y se sentó a mirar.
Al principio ambas cotorras no salían de la jaula. Miraban a la niña
con cierto temor.
Ella esperó
tranquila. Observó como de a poco se
acercaban a la puerta, pero aún no se animaban a salir. Entonces abrió un poco
más el chorrito de agua, para que el
ruido las estimulara.
Primero salió una, se posó sobre el
mármol de la mesada y parecía llamar a la otra que se veía más indecisa. Cuando
salió la segunda, la niña se puso contenta esperando el baño bajo el agua, pero
en cambio lo que hicieron las dos cotorritas, fue salir volando muy rápido por
la ventana, a la cual Manuela, había
olvidado cerrar.
No lo podía creer. ¡Ohh! ¿Qué iba a
decir su abuela?
Las tenía que atrapar sino La Oma se iba a disgustar
terriblemente. Salió corriendo al patio, todavía estaban allí, sobre unas plantas.
Más cuando la niña se acercó volaron más alto y atravesaron una pared que daba
al jardín del vecino. No sabían volar, era el
debut, ni siquiera desplegaban bien las alas. Manuela trepó a la pared con un banquito y consiguió verlas posadas en la rama de un
árbol. Corriendo fue a casa del vecino,
golpeó la puerta y a los gritos pidió:
─ ¡Don Pedro, Don Pedro! Por
favor déjeme pasar. Se me volaron las cotorritas de mi abuela y están en el
árbol de su jardín...
El buen hombre
y su mujer quisieron ayudarla.
Consiguieron una escalera y cuando el vecino estaba subiendo, ambas cotorras
levantaron vuelo y nunca más las volvieron a ver.
Manuela muy angustiada exclamó:
─ ¡Nunca estuvieron sueltas! Si
no saben ni volar… ¡Las van a devorar los gatos!
Creyó que su abuela iba a enloquecer cuando se enterara de lo que
había hecho. ¡Que audacia la suya!
Rompió en
llanto. ¿Cómo iba a contarle el fatal
desenlace a La Oma ?
Los vecinos al
verla tan desconsolada y arrepentida de su travesura, ofrecieron acompañarla, pero
con la condición de que ella debía decir la verdad.
Finalmente, Manuela
hipando entre sollozos y con temor, contó los hechos a La
Oma. Ante el asombro de todos los presentes, La Oma dijo:
─ Vamos a tener que comprar otras
dos cotorritas.
A la semana
siguiente la jaula tenía sus nuevas
cotorritas y estas eran iguales a las anteriores. No había diferencia alguna.
Pero había algo que Manuela no
entendía ¿Por qué las cotorritas al principio dudaban de salir de la jaula?
Ellas si habían visto la ventana abierta. Finalmente la niña creyó entender la duda de los dos pájaros. “La
elección”: ¿La cómoda vida en la jaula? o
¿La peligrosa, pero atrayente y subyugante libertad?
Bellisimo relato Gely, un placer el haberlo leído.
ResponderEliminarTe mando un abrazo grande.
Que tengas un hermoso día!
Muchas gracias!!!
EliminarAngelica, que lindo cuento, nos gustó a los cuatro, aunque se nos estremeció el corazón de angustia, es una hermosa lección. Gracias!!!
ResponderEliminarGracias Vicky!!! Y gracias por pasar por estos lugares...
ResponderEliminarBesitos.