lunes, 1 de julio de 2013

Manuela y las cotorritas. (Cuento)

            Manuela a los 9 años fue a vivir  un tiempo a la casa de su abuela. Esta   había venido de Alemania a los 57 años y cuando  Manuela la  conoció, varios años más tarde,  ya era una persona  mayor que no había logrado aprender el castellano, apenas sabía unas pocas palabras. Los nietos la llamaban “La Oma”.
             Durante su vida en Alemania había pasado por  las dos guerras mundiales  con mucho sufrimiento. Tenía un  carácter  serio y formal. Parecía una persona muy justa y dentro de lo que se permitía a sí misma, cariñosa.
            La Oma no hablaba español y Manuela  no sabía nada de alemán, pero de alguna forma lograban comunicarse. Utilizando gestos y mímica,  de a poco comenzaron  a entenderse.
            La Oma tenía dos cotorritas verdes que ocupaban  una amplia jaula. Las cuidaba mucho. A la noche las cubría  con una funda confeccionada a medida de la jaula para que no tuviesen frío y además, para que no madrugasen mucho.


Todas las mañanas cumplía el mismo ritual. Quitaba la funda de la jaula, cambiaba el papel con los excrementos del día anterior por uno nuevo, siempre era una hoja del  Argentinisches Tageblatt, que era el diario que ella recibía semanalmente. Luego renovaba el agua y las semillas de los comederos. Todo lo hacía mientras  murmuraba palabras en alemán y las cotorritas parloteaban sin parar.


 Manuela  llegó a creer que las cotorras y  La Oma  se entendían en alemán. A veces ésta, les ofrecía semillas con la palma de su mano dentro de la jaula y ellas picoteaban sin temor. La armonía entre las cotorras y La Oma era total.
            A media mañana si el tiempo era bueno, sacaba la jaula al jardín, donde había un gancho instalado especialmente para sostenerla. Ahí las cotorras recibían un  refrigerio extra que podía ser,  unas hojas de lechuga o algunos  trozos de frutas.
Transcurrido el día, al atardecer volvían a la cocina.
            Pero había algo muy especial que La Oma hacía con las cotorritas dos veces a la semana, como si les otorgase un premio. Cerraba la ventana de la cocina, abría la canilla de agua fría de la pileta y regulaba un chorrito pequeño de agua. Entonces abría la puerta de la jaula y ambas cotorras salían. Revoloteaban un rato por la pequeña cocina para luego ir a bañarse debajo del chorrito, siempre parloteando  y peleando  para ocupar el lugar bajo el agua.
            Manuela  no podía abstraerse al espectáculo de  los pájaros bañándose con tanta  naturalidad en el agua, sacudiendo las alitas, revoloteando y peleando entre ellas. 
Cuando se cansaban,  solitas volvían a su jaula. Allí  quedaban hasta que La Oma les cerraba la puertita. Se entendían tan bien entre las tres,  que  la niña pensaba:
-¿Que pasaría si algún día una de ellas desapareciese?
            Ver la escena del  baño era un momento tan grato para Manuela que  pedía a su abuela que lo hiciese todos los días. Pero por alguna razón que nunca supo, La Oma se negaba.
            La Oma,  todas las tardes dormía una siesta más o menos larga. Un día de bastante calor,  Manuela dijo:
─ ¿Por qué no bañar a las cotorritas con este calor?
Allí mismo puso manos a la obra. Abrió la canilla de la pileta y reguló  el chorro de agua para que no fuese muy fuerte. Entreabrió la puertita de la jaula y se sentó a mirar.
Al principio ambas cotorras no salían de la jaula. Miraban a la niña con cierto temor.
Ella esperó tranquila. Observó  como de a poco se acercaban a la puerta, pero aún no se animaban a salir. Entonces abrió un poco más el chorrito de agua,  para que el ruido las estimulara.
            Primero salió una, se posó sobre el mármol de la mesada y parecía llamar a la otra que se veía más indecisa. Cuando salió la segunda, la niña se puso contenta esperando el baño bajo el agua, pero en cambio lo que hicieron las dos cotorritas, fue salir volando muy rápido por la ventana, a la cual Manuela,  había olvidado  cerrar.
            No lo podía creer. ¡Ohh! ¿Qué iba a decir su abuela?
 Las tenía que atrapar sino La Oma se iba a disgustar terriblemente. Salió corriendo al patio, todavía estaban allí, sobre unas plantas. 


Más cuando la niña se acercó volaron más alto y atravesaron una pared que daba al jardín del vecino. No sabían volar, era el  debut, ni siquiera desplegaban bien las alas. Manuela  trepó a la pared con un banquito y  consiguió verlas posadas en la rama de un árbol. Corriendo fue a  casa del vecino, golpeó la puerta y a los gritos pidió:
─ ¡Don Pedro, Don Pedro! Por favor déjeme pasar. Se me volaron las cotorritas de mi abuela y están en el árbol de su jardín...


El buen hombre y su mujer  quisieron ayudarla. Consiguieron una escalera y cuando el vecino estaba subiendo, ambas cotorras levantaron vuelo y nunca más las volvieron a ver.
Manuela  muy angustiada exclamó:
─ ¡Nunca estuvieron sueltas! Si no saben ni volar… ¡Las van a devorar los gatos!
            Creyó  que su abuela  iba a enloquecer cuando se enterara de lo que había hecho. ¡Que audacia la suya!
Rompió en llanto. ¿Cómo iba a  contarle el fatal desenlace a La Oma?
Los vecinos al verla tan desconsolada y arrepentida de su travesura, ofrecieron acompañarla, pero con la condición de que ella debía decir la verdad.
Finalmente,  Manuela  hipando entre sollozos y con temor,   contó  los hechos a La Oma. Ante el  asombro de todos los presentes, La Oma  dijo:
─ Vamos a tener que comprar otras dos cotorritas.
A la semana siguiente la jaula tenía  sus nuevas cotorritas y estas eran iguales a las anteriores. No había diferencia alguna.
            Pero había algo que Manuela no entendía ¿Por qué las cotorritas al principio dudaban de salir de la jaula? Ellas si habían visto la ventana abierta. Finalmente la niña creyó entender  la duda de los dos pájaros.   “La elección”: ¿La cómoda vida en la jaula?  o ¿La peligrosa, pero  atrayente y  subyugante libertad?

4 comentarios:

  1. Bellisimo relato Gely, un placer el haberlo leído.
    Te mando un abrazo grande.
    Que tengas un hermoso día!

    ResponderEliminar
  2. Angelica, que lindo cuento, nos gustó a los cuatro, aunque se nos estremeció el corazón de angustia, es una hermosa lección. Gracias!!!

    ResponderEliminar
  3. Gracias Vicky!!! Y gracias por pasar por estos lugares...
    Besitos.

    ResponderEliminar