Por Av. Corrientes y al corte.
Quinientas
personas recorrieron Corrientes desde el mediodía con la misión de probar ocho
porciones en pizzerías de 50 cuadras de la avenida y dar su veredicto en una
votación. Empezaron en Chacarita y pasaron el Obelisco.
La procesión vestía remeras
blancas y se tomaba su tiempo porque lo importante no era establecer records
sino llegar a la meta.
Quinientas personas enfundadas con la camiseta de
#Muza5k avanzaban por Corrientes a paso firme, mientras los comentarios se
ceñían estrictamente a las alternativas entre una posta y la otra:
–Yo te
digo, como las servilletas del Imperio no hay en ningún lado.
–¡Vamos,
vamos, que llegamos!
–Si nos
organizamos, comemos todos.
La no tan
pequeña multitud se había echado a andar a las 11 de la mañana, después de una
estricta cuenta regresiva cumplida a los gritos en la puerta de la
tradicionalísima El Imperio, de Lacroze y Corrientes, en Chacarita, y seguía
igualmente entusiasta sesenta cuadras después, en los arrabales del Obelisco.
La meta: probar y evaluar ocho porciones de pizza al corte (que, al final,
suman la cantidad que compone una pizza) en locales clásicos de la avenida,
entre Chacarita y el centro; calificar por calidad de la muzzarella, atención,
salón familiar, espacio para citas románticas, para ir con amigos, para comer a
medianoche. Los participantes: mujeres y varones de todas las edades, desde
bebes en cochecitos, pasando por niños llegados del interior con sus familias
para la ocasión, adolescentes en plan de sábado con padre o madre, grupos de
amigos en sus treintas, y hasta setentas (algunos de los cuales, hay que
decirlo, en la posta más larga –que alguien en las redes sociales bautizó en el
mapa del recorrido como “Desierto del Abasto”, por la distancia entre una
pizzería y otra– hicieron trampa y tomaron el subte).
La
multitud, recibió con aplausos la sugerencia de uno de los organizadores,
Joaquín Hidalgo, cuando advirtió por megáfono, en la largada:
–Consejo
de maratonista: no se coman todo ahora.
Al llegar
al local, cada participante, con su vasito de aperitivo, su remera, su anotador
y su papelito para votar, se dirigía a los mostradores de la pizzería de turno
y accedía a su porción. ¿Estaba bien el queso? ¿La masa tenía alguna
particularidad que la diferenciaba de una porción anterior? ¿Había estado antes
en el lugar y ya tenía cierta predilección que convertía en cantado su voto? De
todo eso se hablaba entre bocado y bocado.
Esteban,
el encargado de Pin Pun, un local pequeño, histórico, en Corrientes al 3900,
sonreía mientras veía salir del horno las 60 pizzas extra que habían preparado
para la ocasión: También se lamentaba por lo que no había podido lograr.
“Quería ser jurado, pero no pude, tenía que trabajar”, contaba risueño,
mientras desde detrás de la barra volaban las porciones y ninguno de los
muchachos que cortaban y ponían en platitos dejaba entrever que, en lugar de
las 7, habían tenido que empezar la jornada en el local a las 6 de la
madrugada, para llegar a recibir a los maratonistas como querían. (No por nada
esta pizzería resultó la más votada en la categoría mejor atención, además de “mejor
pizza para comer a medianoche” y de empatar con Güerrin en “mejor pizza de
muza”).
Cuatro
cuadras más al sur, cinco maratonistas explicaban que muy temprano, cada uno en
su barrio, habían estado entrenando. “Pero flojito, porque mañana tenemos la media
maratón de Buenos Aires”, decía Rubén, que tuvo que agregar que sí: estaban
hablando en serio. El y sus amigos Mariano, Walter, Gastón y Ricardo se
conocieron corriendo, y porque les gusta el deporte pero también comer, les
resultó lógico anotarse en grupo para recorrer las pizzerías, por ser “amantes
de la pizza y las maratones”. Lo habían intentado el año pasado, en la tercera
edición del evento, pero quedaron en la lista de espera, junto con otros casi
mil anotados que no habían llegado a tiempo a contarse entre los 150
privilegiados. “Esta vuelta nos anotamos enseguida cuando lo anunciaron, acá
estamos”, explicaba Rubén, que aclaró que, de todos modos, el grupo no podía
evitar tener cierto voto cantado, porque todos los miércoles se encuentran a comer
en la pizzería que coronó el recorrido este año, El palacio de la pizza.
Un par de
cuadras más al sur de Corrientes y Callao, la animación seguía en Banchero y
una de las sucursales de La
Americana , mientras algunos, enfrente, descubrían el secreto
mejor guardado de Güerrín: su salón presidencial. Al fondo, en las entrañas del
local, un cartel lumínico advertía “on fire”; era la señal de que el horno 3
(el pastelero, del “año 1947” ,
según indicaba el cartel en su frente) estaba encendido, dispuesto para albergar
hasta las 80 pizzas que permite su capacidad. En realidad, explicaba Marcos,
encargado de la pizzería, destacar que estaba encendido era un error: esos
hornos tienen fuego perpetuo. “El horno 1 hace 84 años que no se apaga. Este un
poco menos, pero tampoco se apagó jamás. Siempre tiene que tener ceniza, brasa,
encendida, podés bajar un poco el calor, pero nunca apagarlo, porque entonces
el material cedería y el horno se arruinaría”, detallaba. Al amparo de ese
calor permanente, este horno en particular puede producir lo que en la pizzería
bautizaron “masa galletita”: finita y crocante. “Es el único que puede sacar
esa pizza”, señaló Marcos.
–¿Y por
qué dicen que este salón es el “Presidencial”?
–Hay dos
leyendas, de una doy más fe que la otra. La primera dice que hace muchos años,
mientras estaba en campaña, en un alto entre un acto y otro, o después de un
acto, un candidato a presidente vino a comer acá. Como el salón estaba muy
lleno, se le ofreció pasar acá, que todavía era exclusivamente pastelería. Lo
atendieron los pasteleros, porque no era salón. Ese candidato ganó. El
presidente que le siguió, cuando era candidato, también vino una noche en medio
de la campaña y pasó lo mismo. Entonces la gente de oficio de acá le puso
“salón presidencial”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario