Durante 5 años trabajé como profesora de Electrotecnia en una
escuela de enseñanza técnica. Yo estaba cursando en la
Universidad la
carrera de Ingeniería Electrónica y tenía una hija pequeña.
Ese trabajo me venía bien ya que no era de “horario completo”, solo tenía
que concurrir unas horas tres veces por semana y atender dos cursos.
Cuando comencé tenía 26 años y mis alumnos que eran del último año
del industrial, tenían entre 18 y 19 años.
La materia que debía dictar consistía en: teoría, práctica de
problemas y un ensayo por mes en el laboratorio.
Cuando me presentaron en la sala de profesores a los demás
docentes, noté que a algunos, no les caía bien
que una mujer fuese técnica y dictara una materia dentro de ese rubro,
prejuicios a los que ya estaba acostumbrada. No me pasó lo mismo con los
docentes jóvenes, que me recibieron muy bien y me ofrecieron rápidamente
su colaboración.
En cambio, sí fue muy llamativo cuando me
presentaron los cursos. Muchos de los alumnos eran jóvenes de 19
años, tan grandotes que parecían hombres y eso me asustaba un poco.
Cuando se enteraron de que iba a dictar Electrotecnia I y II, me
estudiaron de arriba para abajo y viceversa. Sentí que la que iba a tener que
dar examen, era yo.
La cuestión era hacerme valer con mis 26 añitos y demostrarles que
yo sí, les podía enseñar a ellos.
Los primeros días me maté preparando las clases,
estudiaba hasta el último de los detalles, preparaba problemas,
apuntes... Iba a bibliotecas de algunas universidades a conseguir
material de trabajo y ejercicios prácticos. Me llevaba tanto tiempo y tanta
energía preparar las clases, que el trabajo de “horario reducido”, se
extendió a más horas.
Eso en cuanto a mi preparación. Pero no había
pensado que la mala disciplina del alumnado, no iba a
permitirme dar las clases. El comportamiento de los alumnos era de lo peor y
creo que mi presencia (mujer y joven) los alborotaba a tal punto,
que al finalizar el primer mes, me llamó el Rector a su oficina y me dijo:
─
Usted tiene que hacerse respetar más. Debe imponerse sobre ellos. ¡Esto
así como está, no
puede ser!
Ante ese llamado de atención me quedé muy preocupada. Sentía que
alguna decisión debía tomar para revertir la situación. ¡Eran ellos o yo!
Entonces, decidí ser dura, de lo peor, pero tratando de impartir
muy buenas clases. Que dijeran de mí:
─ Es una
arpía, pero enseña bien...
De a poco lo fui logrando, pero no dejaba pasar una.
Mandaba poner amonestaciones, les tomaba al frente por sorpresa,
exigía muchísimo con los ejercicios y los exámenes. Hacíamos las
prácticas en el laboratorio y no permitía desórdenes de ningún tipo.
Las cosas iban saliendo bien, la relación empezó a cambiar
lentamente y yo a aflojar un poco.
Un día se me ocurrió lo interesante que podría ser
para mis alumnos, visitar empresas relacionadas con nuestros temas.
Con mucho entusiasmo lo propuse en la dirección. El Rector casi me saca
corriendo. Insistí mucho y le dije que yo me hacía responsable del
comportamiento de los alumnos y que lo haríamos de poco, probaríamos una vez y
si se comportaban como salvajes, me comprometía a desistir del intento.
El trabajo no era poco, tenía que conseguir las empresas,
los permisos, arreglar los horarios, cómo nos íbamos a trasladar... Mi marido
me empezaba a decir:
─ ¿Vos no
querías un trabajo de pocas horas?
Tenía entusiasmo, ganas de hacer cosas y posibilidades. No sé si
actualmente a un docente le permitirían esas libertades. Fuimos venciendo las
muchas dificultades de a poco. Finalmente a los alumnos les encantó este
tipo de prácticas, donde realmente veían como algún día, ellos mismos
podrían trabajar en alguna de esas empresas y se portaban
aceptablemente bien en estas salidas. Claro que eran otras épocas.
Cuando faltaban 2 meses aproximadamente para terminar el
año, me surgió un admirador. ¡Es que yo tenía sólo 26 años! Había un
alumno de unos 17/18 años que me miraba con ojos demasiado cariñosos. No me
encontraba preparada para una situación así y no tenía ni idea de cómo
manejarla. Empezó a mandarme notitas, luego me lo encontraba antes de entrar y
a la salida..... Trataba de no darle importancia y seguir con mi ritmo
habitual.
Un día tomé examen escrito. Cuando corregí su prueba,
que estaba bien, veo una esquela al final de los ejercicios. Era una
declaración de amor. Me hice la tonta y entregué los exámenes como si nada
sucediera. Ese día me esperó a la salida y me preguntó muy serio qué opinaba de
su carta. Es de adivinar lo que respondí, las cosas que normalmente se
dicen en esas situaciones: que
a su edad, ya iba a encontrar una chica como él y le iba a gustar... que yo era
una señora casada con una hija... Por suerte terminaban las clases y él
terminaba el industrial y no lo volví a ver.
Seguí trabajando como profesora en esa escuela técnica
durante 4 años más. Luego renuncié para entrar a otro
trabajo. Pero fueron unos años muy interesantes de interacción y aprendizaje.
Muchos años más tarde, como 15 más o menos, yo estaba trabajando
en una institución y volví a encontrarme con este alumno. Increíblemente
había conseguido un puesto de trabajo en la misma institución. Cuándo me
reconoció se emocionó mucho, ahora éramos compañeros de trabajo. A esta
altura, él estaba casado y tenía dos hermosos hijos.
Cuando nos veíamos, él me seguía llamando “profesora”. Pero
lo más lindo fue que un día trajo un examen corregido y firmado por mí, que
aún guardaba. Muy orgulloso se lo mostraba al resto del grupo,
porque yo, su profesora, lo había calificado en esa ocasión con un “10” .
Por suerte… no era el examen que traía la cartita de amor.
jajajajaja que linda historia.
ResponderEliminarGracias Vicky. Me estoy largando a contar algunas historias sobre mi pasado... jaja cómo dice el tango.
EliminarBesito
P.D: Alguna vez hiciste Pastafrola de arándanos????