Mi hermano habia egresado como electrotécnico del Colegio Raggio y mi tío, que a su vez era mi tutor, adoraba la electrónica y la practicaba como
aficionado.
Cuándo yo terminé
la escuela primaria, estaba por
cumplir 13 años y tenía que optar por
algún secundario. ¿Como podía
saber a esa edad que me gustaba?... Hubiera seguido magisterio, porque casi todas mis amigas estaban en eso,
pero no me veía como maestra manejando a
un grupo de niños terribles.
Mi tío que
me veía tan indecisa me propuso
que hiciera el industrial para ser “Técnico/Técnica”
en Electrónica. Según él, así me
aseguraba un buen futuro, siempre iba a tener trabajo y por lo tanto
sería independiente y tendría buenos ingresos... Era un adelantado, (año 1961) pensaba y practicaba que la mujer y el hombre eran iguales. Tenía 3 hijas mujeres,
nunca le vino el varoncito por eso se transformó en un gran defensor del
género.
En
definitiva dije:
─
Y bueno, vamos a anotarnos, pero primero
quiero ver si hay mujeres, si no, no me inscribo.
Mi tío y yo llegamos a la vieja escuela Nro. 36 en
Congreso. Fuimos allí porque en mi cuadra vivía un vecinito que ya iba a 2do.
año de esa escuela y nos la recomendó. Entramos y nos atiende un preceptor al que
siempre recordaré. El Sr. Fernández. Mi tío comienza a proporcionar todos mis datos y presentar los papeles y
entonces le digo tímidamente:
─
Por favor Señor, espere un momento! Quiero saber si en esta escuela hay
mujeres...
El
Sr. Fernández me miró, pasó un dedo índice por el cuello de su camisa, como
si la corbata lo atragantara y respondió casi tartamudeando:
─ Haber hay, pero pocas.....
Como
si intuyera algo, no pregunté cuantas
había... Muy convencida no quedé, pero dije que estaba bien, que continuáramos
con la inscripción.
Cuando
empezaron las clases, la primera semana,
no ví una sola alumna y apenas algunas profesoras. Estaba
aterrorizada, sola con 13 años entre
tantos y tantos varones. Llegaba a casa llorando y diciendo que no quería ir
más, que me cambiaran a una escuela de “mujeres”. Pero el año ya estaba empezado y por lo tanto me sugerían:
─
Probá un tiempo más, ya vas a ver como
seguro te acostumbrás.
Un
día, fui a encararlo al Sr. Fernández y
le dije que quería saber dónde estaban mis compañeras, las que él me había
prometido... Me llevó a un aula donde había
(era verdad), una chica que
estaba en segundo año. Se llamaba Margarita y era unos años mayor que yo. Me
aferré a ella como garrapata. Nos hicimos muy amigas y gracias a ella pude
llevar a término mi primer año del industrial.
También tuve alegrías en ese 1er. año. En el taller nos hacían armar
nuestra primera radio a válvulas. Yo era
muy desprolija y torpe para armar un circuito. ¿Y para manejar las
herramientas? Ni les cuento. Todo era
tan nuevo para mí....
Tardamos
algún tiempo, no recuerdo cuánto en armar nuestra radio, pero para fin de año tenía que funcionar. Tanto
mis compañeros como los profesores venían a mi mesa para ver cómo hacía
las soldaduras y si sabía leer un circuito. De paso me hacían “bromitas
y cargadas” de tono machista. A medida
que se acercaba la fecha de entrega, los
primeros arriesgados enchufaban sus radios y explotaba todo. Entonces, tenían que buscar la falla y corregirla. Yo temblaba de solo pensar que pasaría cuando
me tocara el turno a mí y pensaba:
─ Va volar la
vieja escuela...
El
día que finalmente dije:
─¡¡Enchufo!!...,
Todos
me rodearon y Oh... ¡¡Milagro!! La Radio Funcionó “de Una”. No lo podía creer... Yo
había hecho eso. Llegué a mi casa saltando de alegría y en cuanto abrí la
puerta grité:
─ La radio anda, anda y no explotó...!
Bravo Gely, toda una adelantada!!! la verdad tuviste mucho temple para adaptarte, pero la recompensa te acompaña aun hoy, no a cualquiera le pasa.Besos
ResponderEliminarGracias Tere!! Tengo tantas anécdotas de esa época... De a poco voy a ir contando algunas.
EliminarBeso.
P.D. Tendría que cambiar el título del Blog, porque ultimamente casi no pongo recetas y si muchas historias ja..ja.