sábado, 14 de septiembre de 2013

Un relojero

─ Por la libertad, ─ le respondió Aldo a su maestro relojero, cuando este le preguntó a los 16 años por qué quería ser relojero.

Esta respuesta,  era parte de una de las  muchas anécdotas  que Don Aldo nos contaba  a mi marido y a mí,  en su minúsculo taller de relojería.

Un taller de los de antes. No creo que aún existan muchos relojeros con el espíritu de Don Aldo, que lleva 67 años  arreglando relojes.
Llegamos a él porque mi marido quería arreglar un viejo reloj por el cual tenía mucho cariño. Los familiares le habíamos regalado relojes más modernos, pero él solo deseaba usar ése; un viejo reloj automático que se activaba  simplemente con el movimiento del brazo.

Lo llevamos primero a un relojero del barrio que  cuando  lo revisó, nos dijo:
─ A este reloj le entró agua y está bastante oxidado. Lo veo difícil, difícil…
Cuando vio nuestra cara de decepción, agregó:
─ Miren, hay solo  una persona que lo puede arreglar: mi Maestro Relojero.
Así llegamos al Taller de Don Aldo,  que no da a la calle. Es un cuarto,  parte de su vivienda.

El taller fue un encantador descubrimiento. Pequeño, tal vez demasiado  para la cantidad de relojes antiguos y  herramientas de relojería que acumulaba el anciano.  Además muchísimas fotos pegadas  en los pocos lugares libres que había.

Las paredes se encontraban  cubiertas  de  relojes de diferentes modelos y épocas: cucú,  con  péndulos y campanadas, despertadores de  tamaños  inimaginables, relojes pulsera de hombres  y de  mujeres… Y cómo gran estrella, en medio de todos ellos, un enorme reloj de estación de ferrocarril.

En un cajón tenía relojes  de bolsillos,  de esos que llevaban  años atrás los caballeros,  sujetos mediante una cadenita a su pantalón o chaleco. Fotos de relojes.
Algunas piezas verdaderamente antiguas. Un  coleccionista de alma,  Don Aldo.

Consiguió arreglar el reloj de mi marido, para lo cual  tuvo que desarmarlo totalmente; cerca de 300 piezas.
 Luego que lo arregló,  estuvo usándolo él mismo, varios días  para comprobar su buen funcionamiento.

Reconoce ser un fanático de la  relojería.  Se ve cómodo dentro de su pequeño taller y se nota que es “su lugar en el mundo”.

Por eso me gustó la respuesta que dio Aldo a los 16 años: “Por la libertad… ”
¿Hay algo más hermoso,  que amar un oficio donde uno se siente libre, durante toda su vida?

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