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lunes, 7 de septiembre de 2015

LA MARATON Y EVALUACION MUZA5K DE LOS FANATICOS DE LA PIZZA

Por Av. Corrientes y al corte.

Quinientas personas recorrieron Corrientes desde el mediodía con la misión de probar ocho porciones en pizzerías de 50 cuadras de la avenida y dar su veredicto en una votación. Empezaron en Chacarita y pasaron el Obelisco.
 Por Soledad Vallejos
La procesión vestía remeras blancas y se tomaba su tiempo porque lo importante no era establecer records sino llegar a la meta. 

Quinientas personas enfundadas con la camiseta de #Muza5k avanzaban por Corrientes a paso firme, mientras los comentarios se ceñían estrictamente a las alternativas entre una posta y la otra:
–Yo te digo, como las servilletas del Imperio no hay en ningún lado.
–¡Vamos, vamos, que llegamos!
–Si nos organizamos, comemos todos.
La no tan pequeña multitud se había echado a andar a las 11 de la mañana, después de una estricta cuenta regresiva cumplida a los gritos en la puerta de la tradicionalísima El Imperio, de Lacroze y Corrientes, en Chacarita, y seguía igualmente entusiasta sesenta cuadras después, en los arrabales del Obelisco. La meta: probar y evaluar ocho porciones de pizza al corte (que, al final, suman la cantidad que compone una pizza) en locales clásicos de la avenida, entre Chacarita y el centro; calificar por calidad de la muzzarella, atención, salón familiar, espacio para citas románticas, para ir con amigos, para comer a medianoche. Los participantes: mujeres y varones de todas las edades, desde bebes en cochecitos, pasando por niños llegados del interior con sus familias para la ocasión, adolescentes en plan de sábado con padre o madre, grupos de amigos en sus treintas, y hasta setentas (algunos de los cuales, hay que decirlo, en la posta más larga –que alguien en las redes sociales bautizó en el mapa del recorrido como “Desierto del Abasto”, por la distancia entre una pizzería y otra– hicieron trampa y tomaron el subte).
La multitud, recibió con aplausos la sugerencia de uno de los organizadores, Joaquín Hidalgo, cuando advirtió por megáfono, en la largada:
–Consejo de maratonista: no se coman todo ahora.
Al llegar al local, cada participante, con su vasito de aperitivo, su remera, su anotador y su papelito para votar, se dirigía a los mostradores de la pizzería de turno y accedía a su porción. ¿Estaba bien el queso? ¿La masa tenía alguna particularidad que la diferenciaba de una porción anterior? ¿Había estado antes en el lugar y ya tenía cierta predilección que convertía en cantado su voto? De todo eso se hablaba entre bocado y bocado.
Esteban, el encargado de Pin Pun, un local pequeño, histórico, en Corrientes al 3900, sonreía mientras veía salir del horno las 60 pizzas extra que habían preparado para la ocasión: También se lamentaba por lo que no había podido lograr. “Quería ser jurado, pero no pude, tenía que trabajar”, contaba risueño, mientras desde detrás de la barra volaban las porciones y ninguno de los muchachos que cortaban y ponían en platitos dejaba entrever que, en lugar de las 7, habían tenido que empezar la jornada en el local a las 6 de la madrugada, para llegar a recibir a los maratonistas como querían. (No por nada esta pizzería resultó la más votada en la categoría mejor atención, además de “mejor pizza para comer a medianoche” y de empatar con Güerrin en “mejor pizza de muza”).

Cuatro cuadras más al sur, cinco maratonistas explicaban que muy temprano, cada uno en su barrio, habían estado entrenando. “Pero flojito, porque mañana tenemos la media maratón de Buenos Aires”, decía Rubén, que tuvo que agregar que sí: estaban hablando en serio. El y sus amigos Mariano, Walter, Gastón y Ricardo se conocieron corriendo, y porque les gusta el deporte pero también comer, les resultó lógico anotarse en grupo para recorrer las pizzerías, por ser “amantes de la pizza y las maratones”. Lo habían intentado el año pasado, en la tercera edición del evento, pero quedaron en la lista de espera, junto con otros casi mil anotados que no habían llegado a tiempo a contarse entre los 150 privilegiados. “Esta vuelta nos anotamos enseguida cuando lo anunciaron, acá estamos”, explicaba Rubén, que aclaró que, de todos modos, el grupo no podía evitar tener cierto voto cantado, porque todos los miércoles se encuentran a comer en la pizzería que coronó el recorrido este año, El palacio de la pizza.
Un par de cuadras más al sur de Corrientes y Callao, la animación seguía en Banchero y una de las sucursales de La Americana, mientras algunos, enfrente, descubrían el secreto mejor guardado de Güerrín: su salón presidencial. Al fondo, en las entrañas del local, un cartel lumínico advertía “on fire”; era la señal de que el horno 3 (el pastelero, del “año 1947”, según indicaba el cartel en su frente) estaba encendido, dispuesto para albergar hasta las 80 pizzas que permite su capacidad. En realidad, explicaba Marcos, encargado de la pizzería, destacar que estaba encendido era un error: esos hornos tienen fuego perpetuo. “El horno 1 hace 84 años que no se apaga. Este un poco menos, pero tampoco se apagó jamás. Siempre tiene que tener ceniza, brasa, encendida, podés bajar un poco el calor, pero nunca apagarlo, porque entonces el material cedería y el horno se arruinaría”, detallaba. Al amparo de ese calor permanente, este horno en particular puede producir lo que en la pizzería bautizaron “masa galletita”: finita y crocante. “Es el único que puede sacar esa pizza”, señaló Marcos.
–¿Y por qué dicen que este salón es el “Presidencial”?

–Hay dos leyendas, de una doy más fe que la otra. La primera dice que hace muchos años, mientras estaba en campaña, en un alto entre un acto y otro, o después de un acto, un candidato a presidente vino a comer acá. Como el salón estaba muy lleno, se le ofreció pasar acá, que todavía era exclusivamente pastelería. Lo atendieron los pasteleros, porque no era salón. Ese candidato ganó. El presidente que le siguió, cuando era candidato, también vino una noche en medio de la campaña y pasó lo mismo. Entonces la gente de oficio de acá le puso “salón presidencial”.

domingo, 10 de mayo de 2015

Cultivo de ají picante en cantero de jardín


Es muy gratificante  cocinar y utilizar tus propias plantitas para aromatizar alguna preparación o darle el toque especial a esa comida. No importa que no tengas un lugar grande para cultivar, es suficiente con un cantero o una maceta, algo de sol, agua y ganas. Yo tengo de esa manera albahaca, ajíes, menta, tomates, a veces orégano y romero.
Hoy les muestro este tipo ají que no se muy bien como se llama. Es picante, pero no tanto como los jalapeños. Me traje 3 ajíes desde Brasil hace más de 4 años. Los cultivo desde entonces en un cantero y no fallan nunca.


Para ello es necesario reservar algunos de la cosecha anterior. Abrirlos al medio y quitar las semillas.


Dichas semillas se dejan secar una semana o más,  sobre un papel absorbente.


Compré  un almácigo para plantar las semillas, una buena tierra y conseguí unas piedras bien pequeñas para semi-tapar los agujeritos de riego.






Sembré varias semillas en cada cuadradito del almácigo. Tapé con la tierra especial y comencé a regar y esperar. Aclaro que soy de Buenos Aires y este cultivo lo realicé al inicio de nuestra primavera. Ahora en pleno otoño estoy cosechando los ajíes. Es bien distinta la fecha del sembrado en cada continente.

Tardaron más de lo esperado pero finalmente comenzaron a aparecer los plantines. Entre 20 días y casi un mes. 


Cuando los plantines alcanzaron una altura de aproximadamente 5 centímetros, los trasplanté a un cantero,  donde además,  ya había rosales y alguna que otra flor. Los antigüos habitantes  del lugar  no tuvieron problemas y aceptaron encantados a sus nuevos y vistosos vecinos.


Desde ese entonces, todos los años luego de cosechar los ajíes me reservo algunos para la próxima temporada. 
Ahh!! Cuando vienen  visitas, les regalo algún  ají como "souvenirs". Una sobrina mía ya tiene su propio cultivo a partir de ese obsequio.  

lunes, 28 de julio de 2014

¿Te gusta el café?

 A mi me encanta y suelo tomar 2 ó 3 por día, siempre express. Puedo tomarlo sola o en compañía, no importa como, pero lo disfruto mucho.


Fue recorriendo una famosa librería de Buenos  Aires, dónde  ví un libro  muy interesante sobre la historia del café. En dicho libro se juntaban dos cosas que me apasionan: la historia y el café. Así pues lo compré, pero no  voy a decir el autor pues este blog no hace publicidad. Ahora,  si  luego de leer este texto alguien desea el título del libro y el nombre del autor, me lo puede pedir por mail que se lo envío.

A pesar de que en Internet hay mucha… ¿Qué digo?  Muchísima información sobre los orígenes del café,  trataré de hacer una pequeña  síntesis sobre su descubrimiento,   que no deja de ser una bonita leyenda.

Se cuenta que alrededor del año 800, en una antigua tierra montañosa de Abisinia,  hoy conocida como Etiopía, vivía un joven pastor llamado Kaldi. Dedicado al cuidado de un rebaño de cabras, el pastor acostumbraba a recoger el rebaño al atardecer con el llamado de su flauta. La melodía de la flauta hacía que las cabras bajaran solas de la montaña. Pero un día no hicieron caso al sonido de la misma. Kaldi renegando trepó la montaña y al no hallarlas empezó a buscarlas entre los árboles y arbustos. Finalmente cuando las encontró,  las cabras que hasta entonces habían sido muy mansas,  corrían embravecidas, se paraban en sus patas traseras, se daban tumbazos unas contra otras y balaban con frenesí.  “Las cabras estaban locas”. De ahí proviene el  famoso dicho: “Más loca que una cabra”.


 Kaldi no entendía que sucedía y pensaba si  estarían embrujadas. Esa noche las cabras no durmieron por la excitación. Al día siguiente las siguió y observó que iban directamente hacia unos arbustos o árboles pequeños de donde arrancaban y comían con voracidad unos frutos rojizos. 


 El pastor pensó que  eso las habría envenenado. Como esta situación se repitió varios días seguidos,  Kaldi se animó y  él mismo, probó uno de los  frutos. Pero lo encontró de un sabor muy desagradable. Igualmente cosechó una cantidad de esos frutos y los llevó al convento de su pueblo.  Los monjes también lo probaron y al  encontrarlos de sabor tan feo los tiraron sobre el fuego. Ahí con el calor de las llamas,  reventó el fruto, se separó la pulpa,  el grano comenzó a tostarse y el aroma del primer café de la historia enloqueció a las cabras, a los monjes y  a los hombres. ¿No es una linda leyenda?


La historia sigue… Es realmente  muy larga e interesante, ya que pasaron muchas cosas hasta que el rico café llegó a las tazas de nuestra época.

martes, 3 de diciembre de 2013

Un nuevo mural en el barrio

Esto sucedió en mi barrio.
En esta esquina existía un gran palo borracho y una glicina que se trepaba por sus ramas. Lo conté en este mismo blog en:


La esquina  quedó con las paredes muy desoladas, por lo cual el dueño de la casa plantó un nuevo árbol y permitió a un grupo de jóvenes artistas, que instalaran un mural en esa amplia pared. 

Aquí mediante fotos, va todo el proceso desde el comienzo al fin. Lo terminaron hace tan solo 4 días.










miércoles, 17 de abril de 2013

Una linda experiencia de "Cultivo Urbano"


El año pasado estando en Brasil, íbamos a comer muy seguido a un restaurante muy lindo donde cocinaban muy bien. Los platos estaban muy bien presentados y en su mayoría los decoraban agregando un ají rojo,  por lo cual se hacían más vistosos.


Una sola vez me atreví a probar una puntita de ese ají. Fue tal mi reacción que no lo volví a hacer. Me empezaron a llorar los ojos,  me ardía muchísimo la lengua y me picaba la garganta.
Comencé a juntarlos, puesto que venían casi siempre como adorno.


Cuando regresé a Buenos Aires, repartí algunos  y el resto decidí plantarlos. Para ello abrí cada ají, retiré las semillas, las puse a secar y las planté en almácigos.
No pensé que fueran a salir, pero nacieron primero unas pocas y pequeñísimas plantas y luego muchísimas. Cuando alcanzaron una altura de unos 13 cm las trasplanté a un cantero del jardín. Siempre desconfiando de que llegara a dar  frutos (suponía que Buenos Aires, a 12 cuadras del Río de la Plata,  no sería un buen habitat para ellos). Crecieron como unos 50 cm de alto y a partir de allí comenzaron a florecer.


Llegó marzo y el cantero se llenó de ajíes verdes de todo tamaño. Ahora, en abril, comenzaron a tomar color rojo. Pero no son del mismo tamaño que los brasileros, son un poco más pequeños y los últimos que aún van saliendo son cada vez más pequeños.  Eso si,  son muy vistosos y dan un hermoso colorido al cantero.
Buscando investigar porqué nacían más chiquitos de tamaño que el original, encontré un   hermoso sitio  web sobre cultivos en la ciudad.  Aquí les muestro:




y buscando como tratar a mis pimientos entré aquí:


Me pareció excelente y buenísimos los consejos y las recetas de comida.


Ahh, si el ají brasilero era picante, no les cuento lo que son estos ajíes pimientos porteños: ¡¡MUY PICANTES!!