jueves, 25 de abril de 2013

Tallarines con aceite de oliva, ajo y ají picante




En la Argentina a los ajíes pequeños y picantes se los llama: “Puta Parió” porque son tan picantes,  que cuando se prueba una puntita,   lo único que se alcanza a decir es:
─ Ahh! Puta que lo Parió, como pican.
Pero la gente que es más educada los llama “Ajíes de la Mala Palabra”.

Ingredientes
 Aceite de oliva,  5 cucharadas
Dientes de ajo, 2 grandes
Pimientos picantes, 2 (los de “la mala palabra”)
Tallarines secos 1/2 kg
Sal
Queso rallado a gusto





Preparación
Abrir los pimientos y quitarles las semillas. Cortar en tiras a lo largo y luego en trozos. Pelar los dientes de ajo y picarlos un poco, no demasiado.





En un wok calentar el aceite y echar los ajos y ajíes. Bajar el fuego a mínimo total. Cocinar muy lentamente. El ajo nunca se debe quemar, porque arruina la preparación.



Simultáneamente echar los tallarines en agua hirviendo con sal y cocinarlos al “dente”. Escurrir  muy bien en colador. 




A todo esto ya debe estar el ajo dorado y el ají cocido. Se incorporan  al wok los tallarines colados, sin restos de agua.




 Se mezclan muy bien con el ajo y el ají. Es importante el proceso de mezclado, ya que eso va a dar el gusto a la pasta. Retirar del fuego y si desea agregar un chorrito más de aceite. 



Servir en el plato con abundante queso rallado. Es una comida un tanto  picantita.
Si  desea que sea más picante aún, deje algunas de las semillas de los ajíes en el momento de cortarlos.



miércoles, 17 de abril de 2013

Una linda experiencia de "Cultivo Urbano"


El año pasado estando en Brasil, íbamos a comer muy seguido a un restaurante muy lindo donde cocinaban muy bien. Los platos estaban muy bien presentados y en su mayoría los decoraban agregando un ají rojo,  por lo cual se hacían más vistosos.


Una sola vez me atreví a probar una puntita de ese ají. Fue tal mi reacción que no lo volví a hacer. Me empezaron a llorar los ojos,  me ardía muchísimo la lengua y me picaba la garganta.
Comencé a juntarlos, puesto que venían casi siempre como adorno.


Cuando regresé a Buenos Aires, repartí algunos  y el resto decidí plantarlos. Para ello abrí cada ají, retiré las semillas, las puse a secar y las planté en almácigos.
No pensé que fueran a salir, pero nacieron primero unas pocas y pequeñísimas plantas y luego muchísimas. Cuando alcanzaron una altura de unos 13 cm las trasplanté a un cantero del jardín. Siempre desconfiando de que llegara a dar  frutos (suponía que Buenos Aires, a 12 cuadras del Río de la Plata,  no sería un buen habitat para ellos). Crecieron como unos 50 cm de alto y a partir de allí comenzaron a florecer.


Llegó marzo y el cantero se llenó de ajíes verdes de todo tamaño. Ahora, en abril, comenzaron a tomar color rojo. Pero no son del mismo tamaño que los brasileros, son un poco más pequeños y los últimos que aún van saliendo son cada vez más pequeños.  Eso si,  son muy vistosos y dan un hermoso colorido al cantero.
Buscando investigar porqué nacían más chiquitos de tamaño que el original, encontré un   hermoso sitio  web sobre cultivos en la ciudad.  Aquí les muestro:




y buscando como tratar a mis pimientos entré aquí:


Me pareció excelente y buenísimos los consejos y las recetas de comida.


Ahh, si el ají brasilero era picante, no les cuento lo que son estos ajíes pimientos porteños: ¡¡MUY PICANTES!!

domingo, 7 de abril de 2013

Fin de las historias de Ruta 40



Queridos amigos del Blog:

Por ahora no contaré más  que estas  5 historias que ya publiqué, no porque  falte tema, al contrario,  es tanto lo que  tengo  que no quiero cansar a mis lectores. Podría también, contar  cómo nos hemos manejado  en un  grupo de 6 personas mayores, que convivieron juntas durante 25 días. Pero eso iré desarrollándolo en forma de cuentos y con más  tiempo.

Pero para cerrar esta etapa de “Historias” y volver a la otra parte de mi blog “Comidas con Historias”, transcribo dos  relatos que no son míos. Son de mi amiga Raquel Micheli,  quién durante muchos años, vivió en La Patagonia y escribió dos relatos muy  hermosos al respecto.
Gracias a los relatos de Raquel, me convencí aún más, (lo veníamos pensado  a raíz de este viaje),  de volver a hacer: La RUTA AZUL (ruta 3), y si se da,  el próximo año con mi marido  la volveremos a transitar.  
Recorrer la Ruta Costera Patagónica parando en todos los lugares que nos gusten y sin apuro: Puerto Madryn, Península de Valdez,  Puerto Deseado, Caleta Olivia, Puerto San Julían, Bosque petrificado etc. etc. 

Agradezco enormemente a Raquel y van su relatos, uno a continuación del otro
Nota: El segundo va con fotos.

1- Patagonia rebelde y costera. Argentina


Hace poco tiempo atrás, fuimos con algunos de mis amigos a ver una película de  Carlos Sorín. Nos gusta, porque es  un excelente director, que cuenta historias que parecen simples, de la vida cotidiana y que generalmente transcurren en la Patagonia  sur de  la Argentina. Ya desde la primera escena, empecé a viajar junto con el protagonista y me sumergí extasiada en  mi butaca, admirando la desmesura del paisaje,  para mí conocido, por otros viajes ya lejanos en el tiempo. Pero nuevamente me sentí impactada ante la  imagen. Parecía que el cielo acariciaba  esa tierra  desnuda de vegetación, alumbrada por el último sol de la tarde, y el automóvil  era un puntito que zigzagueaba, como una hormiga solitaria en el camino que dividía en dos la pantalla.
 Me deje inundar el alma por esa imagen de soledad y grandeza de ese suelo. La extraordinaria belleza de lo simple y natural estaba en “mi tierra” .Y así es esa ruta 3 que va hasta la punta del país. Cada tantos cientos de Km  en la “nada”,  de suelos achaparrados, sin árboles, ni casas, ni gente. A veces cuando el camino esta más cerca de la costa se deja ver el brillo del mar y algún animalito que se cruza y cuando se aleja un poco  se divisan las mesetas patagónicas,  en suaves ondulaciones, hasta llegar  algún pueblo o ciudad. Es el desierto que cuando ha tenido inviernos fríos y lluviosos, en verano sorprende con su floración y colorea el hermoso  paisaje con especies que no identificamos. En algún viaje quise llevarme una matita de flores, bajé del auto y escarbé la tierra, pero no tuve suerte,  en casa no brotaron porque  son propias de ese lugar.
Conocer la Patagonia, sus misterios,  implica la gran aventura. Puedo contar un poco, desde mi sentir como yo la he visto.
Viniendo desde el Norte hacia  Chubut por tierra, desde Bs. As por la ruta 3, por zonas costeras, el camino es una extensa  y casi línea recta de 3074 Km. hasta la punta de Sudamérica  donde está la Argentina. Si vamos por aire podemos apreciar la península y la caleta Valdés (¡mapa de papel manteca, “plumín y tinta china”!).
 A medida que dejamos el límite de Buenos Aires con Río Negro- Viedma, y entramos en la Patagonia, el verde del suelo se va opacando, comienzan a aparecer  los pastizales típicos redondeados de coirones, jarillas y chañares cubriéndolo intermitentemente En verano unas florcitas amarillas matizan el verde grisáceo. Los árboles se van espaciando cada vez más  y los pueblos también. Vamos entrando  a la desolación, al semi-desierto, la estepa patagónica. El camino ya no es plano. Hay lomadas, algunas montañas rocosas, pasando por Sierra Grande. Cruzamos a Chubut. El paisaje es gris, los animales silvestres se mimetizan con él. Podemos ver guanacos cruzando los campos, cuises, zorrinos, zorros, choiques (ñandú). También el clima es acorde, seco y con días de fuertes vientos propios  de la zona.
            Pasamos por  Puerto Madryn la primera ciudad del camino, ya en plena meseta patagónica.  Desde ahí o desde  Puerto Pirámides en el invierno
hasta entrada bastante la primavera, se puede realizar el avistaje  de magníficas  ballenas. Pirámides, es la mejor playa de Chubut. Debe su nombre a la similitud de las rocas y acantilados que rodean la bahía  con las “pirámides
verdaderas”. Se llega desde  la ruta 3, por un camino que atraviesa el brazo angosto de la península  y que deja ver en determinado tramo el mar de ambos lados. Bajando entre curvas, pinceladas de mar de azul intenso, hasta la playa que se estira respaldada por médanos de arena  fina, muy altos, cubiertos suntuosamente por  una alfombra de verdes e inmensos tamariscos, Puerto Pirámides  nos ofrece sus  aguas cristalinas y tranquilas.
Siguiendo por la ruta 3, y ya hicimos casi 1.500 Km., faltando solo 14 Km, en una bajada vemos a Trelew, extendida como desperezándose  en el valle. El Río Chubut bajando rápido desde la cordillera en busca de su salida al mar, le acordona de verde sus márgenes proporcionándole el agua para los campos
Generalmente a Trelew se la nombra también como “ciudad de paso” porque  es un centro de distribución de bienes y servicios, comunicaciones y transporte a los diferentes puntos turísticos. Es una ciudad con un aire cosmopolita, dado por los primeros pobladores que llegaron a colonizar: los galeses,  sin olvidar que estaban los nativos del lugar, los tehuelches,  y luego se agregaron españoles, italianos, árabes, chilenos, portugueses  y muchísima gente de las provincias del Norte de nuestro país. En el centro, está  el  teatro Español, que es un hermoso edificio  también como el Hotel Touring  y el Salón San David, donde antiguamente se celebraba todos los años el Eisteddfod*, evento de tradición galesa (se sigue realizando pero en las instalaciones del  Racing Club, porque tienen un gimnasio apto para la cantidad de gente que concurre). Son los más importantes históricamente. El aeropuerto está modernizado acorde con el turismo internacional que recibe: manga alfombrada que se conecta con el avión, espacios  vidriados encolumnando la escalera, con matas de arbustitos, pastos duros  y piedras que emulan el suelo patagónico. También exhibe decoraciones con réplicas de restos paleontológicos característicos del lugar, ya que allí se encuentra un importante Museo sobre el tema.
La Patagonia costera nos ofrece una variedad de paisajes dignos de admirar y disfrutar. Solo hay que animarse a recorrer muchos…. Kilómetros.

Raquel Micheli   

*Eisteddfod : significa en castellano “estar sentado”  Es un evento de competencias de diferentes disciplinas artísticas.        

            
2- Valle Inferior de Rio Chubut13/02

                                                                           25 de Diciembre de 2012         .
                                                                          Festejo de Navidad en Dolavon, Chubut.

            Dolavon es una localidad  agrícola del valle del río Chubut, distante a 35 Km. de la ciudad de Trelew. En una vieja chacra del lugar,  cada año,  acostumbran a reunirse los hijos, tíos, primos y demás parientes de una antigua familia galesa, Lloyd Jones, para festejar la Navidad. Van los que pueden, a veces más, a veces menos, es una tradición establecida y repetida a lo largo de muchos años. La casa  que era de los abuelos, Taid y Nain (abuela y abuelo  en galés),  los está aguardando, vacía de muebles pero llena de sentidos recuerdos. La nostalgia del pasado los une en la remembranza. Anécdotas y risas. Esta vez, solo está una de las tías, Ilid, que  nació ahí mismo, en esa casa a la orilla del río,  en febrero de 1927 y es la segunda de  7 hermanos, 6 mujeres y el último varón, Percy.
Estamos en esa casa sentados en unos bancos  alrededor de una gran mesa improvisada con tablones,   compartiendo el almuerzo que cada uno aportó. Y como Ilid es “la que sabe”,  después de comer, se arma un grupo cerca de ella, para hacerle preguntas y escuchar sus relatos familiares.
             Mientras Ilid cuenta con placer como era la vida en ese tiempo,  la magia que emana de sus historias  nos va impregnando el corazón. Así motivados, todos empezamos a recorrer la casa. Ella  nos muestra la habitación donde nació, la cocina, la chimenea que también se conectaba con la sala, la puerta lateral por donde entraban los nietos cuando eran chicos .Todavía están los frascos  de vidrio en los que se guardaban las conservas, la maquinita para cortar la natilla. Va desgranando anécdotas,  emotivas, graciosas. Cómo se conocieron sus padres y la cosecha de garbanzos en la que participaba toda la familia.
 Los abuelos Herbert 1898 y Mona Lowisa, 1902. Herbert desciende  a su vez de abuelos galeses llegados a la Argentina en 1875, una remesa inmigratoria que recaló en Santa Fe, Esperanza y Rafaela. El decidió irse a Sur. Ahí conoció a Mona, una rubia  bonita y de largas trenzas rubias, casi adolescente, recién llegada de Gales. Se enamoran, se casan  y se instalan en el lugar alrededor de 1924.
Ahí cultivaron la tierra, tuvieron sus hijos: Elsie, Ilid, Ada, Meby, Any, Do (Doris) y Percy, que crecieron y se fueron yendo a medida que se casaban o seguían el destino que les tocara.
En ese tiempo el río actualmente  más alejado, llegaba hasta la casa, la chacra  era muy grande  y todos ayudaban. Ahora, generaciones después, sus descendientes reconocen y valoran entrañablemente el  ejemplo y esfuerzo de tanto trabajo.
             Afuera  una vez mas los más chicos y algún grande, se suben con entusiasmo al viejo y herrumbrado carro, como si tuvieran las riendas imaginarias para azuzar al caballo que antaño los llevaba  a la escuela.
A un costado, el banco de trabajo donde descansa un taladro oxidado que está como adherido a la mesa, nadie lo tocó en muchos años y se quedó esperando a un dueño que ya no está. Cerca, la prensa, una carretilla y herramientas  de Taid, mudos testigos de un tiempo  pasado. Algunas sillas rotas. Una de ellas se mantiene enhiesta, aunque le falta una pata, orgullosamente sostenida por un gran manto de enredadera silvestre de pequeñas flores blancas, como si fuera un tocado de  novia , que arrastra y cubre todo a su alrededor. Nada se quita o se remueve de su sitio. Se preserva la memoria.  Es como recorrer un museo donde lo que se ve, habla por sí solo. Todo esto rodeado de añosos álamos plantados a cada lado del canalcito que lleva el agua. Miden cerca de un metro de diámetro, son imponentes y protegen del viento que los hace bramar fuertemente al sacudir sus ramas.
            Los primos seguidos por todos los concurrentes enfilan hacia la casa de Diana, la tía muy querida, esposa de Percy, el tío menor, que antes vivía a unos cientos de metros. Es un ritual tácitamente instaurado .La casa está siendo demolida, porque corría  peligro de caerse .Caminan en silencio, mirando el suelo, desandando  la añoranza de su niñez. La tía Diana decidió donar los materiales que se extrajeron para  el arreglo de una Capilla. Y aquí, la historia tiene una vuelta. Una sobrina, Lidita,  logró comprar   una parte de 2 has. de  la chacra original que había sido vendida a otra familia, para edificar su casa a la vera del río. Entonces le pidió a esta tía algunas baldosas  de la demolición para ornamentar  el piso como un homenaje a esos abuelos. Ella, de esta manera recuperó parte de esa tierra y proyectó un futuro amparado en el recuerdo de tantos momentos felices. Desde el sitio estratégico donde está emplazada la nueva casa  se puede distinguir a través de las  ventanas que enmarcan el hermoso paisaje, el contraste del blanco y oscuro de las bardas que a lo lejos  limitan el horizonte,  las alamedas  que crecen a orillas del río y de sus canales  y, en medio de ese verdor, girando la vista a la derecha, se divisa a lo lejos la casa grande, la de  Taid y Nain
Se puede palpar el sueño de los abuelos, que a través de sus descendientes seguirán cosechando el producto de su siembra de amor-

Otra historia de inmigrantes, de los  que vinimos de los barcos. Los que nacimos en esta tierra agradecemos el poder disfrutarla y pertenecer  a ella también por sentimiento.
                                                                                                        Raquel Micheli



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sábado, 6 de abril de 2013

Ruta 40. Historias. 5

El Botánico

Mientras nos dirigíamos con los coches hacia Villa Pehuenia, desde mi ventanilla observaba en las laderas de las montañas, grupos de árboles Pehuenes (araucarias). Algunos  formaban pequeños grupos  y en otros casos  bosques más importantes. Los tamaños de los árboles eran muy diversos. Con troncos gigantes unos y otros al lado pequeños,  como potrillos al lado de sus madres.


Pero también se veían  plantaciones de pinos. Estas eran bastante extensas y en general,  en las proximidades  de los Pehuenes, o bien simplemente rodeaban a estos.


Comencé a sospechar, sin conocimiento previo de ningún tipo, que esas plantaciones de pinos hechas por el hombre,  debían causarle daño  a los Pehuenes,  originarios del lugar.


Pero lo que más me exasperó, fue pasar por un lugar totalmente forestado con pinos,  en perfecta alineación entre sí,  muy prolijitos y en el medio de dicha plantación, se veían  3 Pehuenes grandes, completamente secos.
─ ¿Ves? ─  Comenté enojadísima al conductor del coche ─  te digo que esos pinos implantados a la fuerza en esta zona, no le pueden hacer nada bien a los Pehuenes.
Con una ignorancia total del tema, pero a fuerza de intuición ecologista, comencé a rezongar:
─  Seguro que los pinos quitan nutrientes y por eso los Pehuenes se secan. ¿Para qué quieren tantos pinos?  Claro. Como aquí se usan tanto las cabañas de madera,  los consumen sin control, etc, etc.


Mi compañero callaba y manejaba en silencio.
 ─ ¿Sabes que voy a hacer? ─  le dije
─ ¿Qué vas a hacer? ─ me preguntó con algo de sorna, como diciendo: “ Pobre se cree que puede  cambiar el mundo”
─  Cuando llegue a un lugar donde haya Wi Fi,  voy a Googlear para saber si es cierto o no lo que sospecho.

Durante el resto del recorrido seguíamos viendo el mismo tipo de alteraciones.
Cuando llegamos a Villa Pehuenia,  nos instalamos en una hermosa cabaña sobre el lago Aluminé, totalmente construida en madera de pinos.
Ya ni me acordaba de mi intención de investigar.


Pero dos días después, hicimos una  excursión por unas tierras recuperadas por los Mapuches. El recorrido del área abarcaba varios kilómetros y se adentraba en zona donde había  increíbles ejemplares de Pehuenes entre lagos y lagunas. Algunos de estos árboles eran muy grandes con troncos de gran diámetro.




Allí volví a recordar el tema y me reproché por no haber cumplido mi propósito de investigar sobre los pinos.





Pero a veces los sucesos se dan de formas insólitas.
Cuando llegamos a la última laguna del recorrido y ya nos íbamos a volver, encontramos una vieja camioneta estacionada al borde. El día era muy nublado y hacia mucho frío.
Al lado de la camioneta había un viejo bote amarrado a un tronco.
Por curiosos simplemente, pues no había nadie más en varios km a la redonda, nos acercamos.
La parte trasera de la camioneta estaba armada como una casa rodante, aunque en forma muy precaria.




Al costado un señor mayor de unos sesenta y tantos años, trataba de secar un libro que se veía completamente mojado. Nos saludó y nos contó que sin querer había tirado el libro al agua mientras navegaba con su bote y era un ejemplar muy difícil de conseguir. Tenia  que rescatarlo porque sí no, le iba a ser muy difícil seguir identificando patos.
─ ¿Como que identifica patos? ─  Preguntó mi compañero
─  Si  hace muchos años que  hago esto. Recorro el país para identificarlos y clasificarlos.
─  Ahh…  ¿Y acampa aquí? ─  pregunté tratando de ver hacia la camioneta porque escuché un ruido que provenía del interior.
─  Si. Me acompaña mi mujer. En realidad yo soy Botánico y trabajo en el Conicet. (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina).
 ─ ¿Botánico y que relación tiene con los patos? ─ pregunté.
─ Nada. Ninguna. Lo de los patos siempre me gustó. Es un hobby,  además me trajeron este libro con fotos de patos de todo el mundo que me ayuda mucho. Estoy muy amargado porque se mojó. No creo que lo pueda volver a conseguir.



Parecía  una persona muy particular. Observé que estaba mal vestido, algo sucio. Con una barba de varios días y las uñas de las manos desprolijas  y negras de barro.  En todo el tiempo que duró la conversación en medio del frío y el viento, la mujer ni se asomó. Imaginé, con mucha fantasía de mi parte, que pocas ganas tendría ella, la mujer,  de hacer esa vida…
Ya que era botánico,  le iba a preguntar por los Pehuenes. Era mi oportunidad.
─  Parece que  esta zona es  la que mayor cantidad de Pehuenes tiene ─  arriesgué
─  Si es verdad. Pero además son de los más antiguos. Hay algunos que tienen 800 y hasta 1000 años
─ ¿En serio? - pregunté atónita
─  Si y son muy hermosos…
─  Pero. Dígame: ¿Los pinos que plantan alrededor de ellos,  no les hacen daño?
─  ¿Sabe algo? Si no fuera por los pinos,  los Pehuenes ya no existirían.
─  ¿Cómo es eso? - pregunté incrédula
─  Es que la madera es una necesidad para la vida del hombre. Y si no fuera que plantan pinos, ya hubieran consumido hasta el último de los Pehuenes. Así qué puede ser que se sequen algunos de los árboles originarios, pero peor sería que los utilizaran  para madera.

Este botánico desaliñado y medio loquito,  me dio  una excelente lección.
“La madera es una necesidad  para la humanidad”.  Hablar y enojarse sin conocimiento de causa, es ignorancia.

Me fui agradecida por la explicación y  dije como para darle ánimo:
─ No se preocupe. Ponga el libro al sol que se va a secar. Una vez seco coloque una piedra grande  encima para que planche las hojas y va a ver como todavía le va a servir mucho tiempo más.



En el viaje de vuelta ya no miré con tanta rabia las plantaciones de pinos.

viernes, 5 de abril de 2013

Ruta 40. Historias. 4


Mate con pan duro

Viajábamos tres personas en un coche, dos argentinos y un italiano. Regresábamos de Villa Pehuenia, norte de Neuquén, Argentina y nos dirigíamos a Chos Malal. Veníamos fascinados con los paisajes de gran altura. Se observaban mesetas en lo alto de algunas montañas, grupos de Pehuenes  (árboles Araucarias) formando pequeños bosques o bien solitarios, en alguna montaña. 


Curvas y contra curvas en medio del ripio. A veces entre las montañas se observaban praderas con suaves declives y en ellas, rebaños de ovejas y cabras. Unos gauchos a caballo, acompañados por perros pastores,  los guiaban.


El italiano que iba en el asiento trasero, llevaba una cámara de fotos formidable y a cada instante se escuchaba el clic del disparador. No quería perder ni una sola foto de esos paisajes maravillosos.


De pronto al dar vuelta una curva, nos encontramos con un hombre que vestía  de la misma forma que los arrieros que llevaban las ovejas. Nos hizo seña para que lo lleváramos.

El baúl  del coche  venía lleno al tope de bolsos y valijas. A tal punto,  que el asiento de atrás llevaba una canasta que no habíamos logrado hacer entrar en el baúl.
Paramos y el gaucho nos dijo si lo llevábamos, ahí nomás unos 30 Km.;  tenía que ir a buscar “el caballo”. Al principio dijimos que sí, entonces fue a buscar el apero (montura del caballo). Cuando vimos el tamaño de este, dijimos que era muy grande y no entraba en el coche porque el baúl iba muy lleno y en el asiento de atrás iba el italiano con su cámara y la canasta.
El buen hombre entendió y dijo:
─ Bueno, esta bien.
Arrancamos, pero a los 100 metros paramos y  dijimos entre los tres:
─  No podemos dejarlo ahí. Quien sabe cuando pasa otro coche. Tratemos de achicarnos y que lleve el apero encima de él.
Retrocedimos y le preguntamos:
─  ¿Puede llevar el apero arriba de sus piernas?
─  Si
─  Bueno, entonces suba.
La montura era grande, pero apretándose  bien con el italiano, logramos que entre.
Cuando finalmente se acomodó como pudo en el asiento de atrás, arrancamos. Me di vuelta y empecé a observarlo. Era un hombre joven, no más de 30 años. En el rostro curtido por el sol y el viento, se destacaban unos ojos chispeantes que transmitían cordialidad. Resultó un buen interlocutor y muy educado. Nuestra curiosidad era tanta,  que los dos argentinos  comenzamos a  bombardearlo con  preguntas. Las respondía con amabilidad y no parecía molestarle. El italiano por el contrario, no emitió palabra en todo el tiempo que duró el viaje del gaucho, que fue unos 30 minutos y eso que entendía perfectamente el castellano. Sólo  miraba con asombro.
El hombre era mapuche, nacido en la zona de los Pehuenes.
─ ¿Hace mucho que esperabas? ─  inició el interrogatorio mi compañero.
─  No. Desde las 8 nomás será.
Los tres miramos nuestros relojes y observamos que eran las 10:40 hs.
─  ¿A veces esperas más?
─  Y si. Hay veces que en todo el día no pasa ningún coche.
─  ¿Pero en ese caso que haces?
─  Pues duermo aquí, al lado del camino.
─  ¿Y si hace frío o llueve?
─  Anoche hubo helada.
─  ¿Y que hiciste? ─ Pregunté con aprensión
─ Nada. Pasé frío.
Silencio total.
Al ratito mi compañero arremete con otra pregunta:
─  ¿Adonde vas con la montura?
─  A buscar “el caballo”. Yo trabajo con las ovejas y necesito el caballo.
Respondía todo con tal naturalidad, como diciendo: “esta es mi vida, así vivo yo”.
─  ¿Pero que haces con las ovejas?
─  Las llevamos abajo, porque ya viene el frío y aquí nieva mucho.
─  Ahh... ¿Y como las llevan?
─  Las vamos guiando por el camino con los perros y dos o tres gauchos más.
─  ¿Y cuanto tardan en llegar?
─  Unos 12 a 15 días, más o menos.
─  Entonces ¿Ustedes  siempre duermen a la intemperie?
─  Si, hasta que llegamos.
─  ¿Y que comen durante el viaje? – pregunté angustiada, interviniendo de nuevo.
─  Si hay, algún churrasquito. Si no hay, mate con pan duro. 


A esta altura de la conversación, miré al italiano. Habitante del primer mundo, él. Observé que  le salían los ojos de las órbitas. El asombro con que escuchaba y miraba al hombre de la Patagonia profunda, le hacia caer la mandíbula.
En cambio al gaucho,  que respondía con amabilidad a nuestra impetuosa curiosidad, se lo notaba tranquilo y hasta diría satisfecho de contar como era la vida en esos lugares.
─  Pero ─ insistía mi compañero ─ si tardan tantos días,  las ovejas deben
llegar muy flacas…
─ No. Llegan bien, porque se pasan comiendo todo el verano y salen gordas pa el viaje.
─ Es mas caro un chivo que un cordero ¿No? ─ preguntó el argentino, casi dando por sentado que era así, pues en la ciudad comer chivito siempre es más caro que otra carne.
─ ¡Noo…! ─ respondió riendo a gusto el gaucho ─ Si el cordero tiene mucha más carne que el chivo. El chivo es casi puro hueso.
Nos sentíamos tan ignorantes...
─  ¿Tenes familia?  ─ pregunté para cambiar un poco el tema.
─  Si. Tengo mujer y una hija de 5 años.
─  Ahh... ¿Y cuando las ves?
─  Cuando termina el arreo.
Abrí la guantera del coche y extraje de una caja que yo traía para el viaje, un puñado de caramelos.
─  Tomá ─ dije ─ Son para tu hija.
─  Gracias.
Entonces buscó una bolsita de nylon de entre sus ropas. Supuse que allí llevaba sus cosas importantes, ya que  con sumo cuidado  introdujo los caramelos adentro. Luego anudó la bolsa y la guardó nuevamente.
Al rato, en un lugar del camino, nos dijo:
─ Aquí me bajo. 


Paramos. El lugar era de un paisaje árido, desolado y altísimo. No se veía ningún  rancho a lo lejos. ¿Donde iba a buscar el caballo? ¿De quién era el animal?
Bajó su apero, nos dio las gracias y desapareció.

Los tres quedamos impresionados. Siendo habitantes de grandes ciudades,  nos costaba entender esta forma de vida.
El italiano que no había abierto la boca, comenzó a hablar a borbotones. No podía salir del asombro y nos decía:
─  ¿Pero Uds. escucharon que hacía más de 2 ½  hs  que esperaba? Y nosotros en la ciudad si esperamos más de 15 minutos nos ponemos locos.
─ ¿Vieron? Dijo que dormía al aire libre hasta que llegaban abajo. ¿ Y vieron  como se alimenta durante 15 días?
Realmente estaba shoqueado y seguía diciendo:
─ Uno es de la ciudad y cree que la vida es como nosotros la conocemos, pero las realidades son tan distintas en cada lugar. Esto tiene que ser una lección y espero que me sirva para no quejarme todo el tiempo.
Todavía el italiano agregó algo más:
─ Se ve que este gaucho no conoce otra forma de vivir más que la suya. Siente que pertenece al lugar y además, le gusta. 

jueves, 4 de abril de 2013

Ruta 40. Historias. 3


 El Calafate.Una ciudad  simpática.

¿Lugar? Una ciudad turística internacional del sur de nuestro país, Argentina.
Turismo del mundo llega a este lugar durante todo el año. ¿El atractivo principal? El imponente Glaciar Perito Moreno.


Las calles de esta ciudad rodeada de montañas y al borde de un hermoso lago, son bonitas. Se ven tentadores negocios construidos en estilo alpino. Balcones y veredas cubiertas de rosas y amapolas, de llamativos colores. Bares y confiterías recubiertos de cálidas maderas, donde se puede descansar un rato saboreando un chocolate caliente o un buen café y luego a seguir caminando.



Los camareros y camareras de estos lugares son cordiales, siempre amables y con una sonrisa a flor de piel. Pero no son serviles, al contrario, atienden como si te conocieran de toda la vida. Hasta diría que con cierto exceso de confianza, como si uno fuese un pariente al que hace mucho tiempo que no ven.

─ ¡Hola! ¿cómo estas? ¿Qué te gustaría tomar? ─ preguntan

Te hacen sentir cómodo, aunque un tanto desconcertado.
Ante la sorpresa del trato,  primero  pensé:  se trata de  una actitud comercial para recibir mayor propina o tal vez,  el dueño del comercio les exige ese comportamiento.


Cuando llegué a esta ciudad,  era pasado el mediodía, bastante tarde y estaba con mucho apetito. Entré a un restaurante pequeño para comer algo rápido, una pizza o cualquier cosa simple.
Se acercó a atenderme una muchacha alta, morena y de unos extraños ojos claros. Me llamó mucho la atención el gran contraste entre su piel morena clara y sus ojos  verdes azulados.
Fue muy amable conmigo. Atendió mi pedido, lo sirvió y charlamos un poco. Al rato me dijo:
─ Bueno, ya me tengo que ir. Mi horario de trabajo terminó  hace casi una hora.
─ Entonces te pago la cuenta ─ dije  amistosamente, dejando una buena propina por lo simpática que me había resultado.
En ese instante entró otra joven, se saludaron y se reemplazaron.

No volví a pensar en ella hasta dos días después, que volviendo de una excursión bastante larga, otra vez se me había pasado la hora del almuerzo y eran casi las tres de la tarde. Recordé lo bien que me había atendido la camarera del pequeño restaurante y  volví al mismo lugar con la intención de comer algo similar a la vez anterior.
La camarera ya no tenía en su rostro la expresión de la primera vez, ni la sonrisa tan amable, por el contrario se la veía muy sería y parca.
Hice mi pedido.
Al rato,  lo trae y me dice:
─ Ya me voy
─ ¿Terminó tu horario? ─ pregunté
─ Si. Hace más de una hora y no me dejan ir.
─ ¿Porqué? ─ pregunté asombrada
─ Es que no vino mi reemplazante y pretenden que haga doble turno.
─ Uyyy... ¿Y que vas a hacer?
 ─ Para volver a mi casa tengo que ir caminando y subir la montaña. Por lo que me pagan, que es una miseria, no vale la pena seguir. ¡¡Me voy!!

Extraña conversación para dos  personas que no se conocían. Fue como sí la joven me presentara su renuncia a mi, ya que tomó su cartera, abrió la puerta y se fue. Me quedé perpleja.


Pero esta es una ciudad simpática y seguramente mañana habrá otra/o joven muy sonriente que diga:
─ ¡Hola! ¿Cómo estas? ¿Qué te puedo ofrecer?

miércoles, 3 de abril de 2013

Ruta 40. Historias. 2


La vida que cada cual elige

Haciendo el camino de Los Siete Lagos, rumbo a San Martín de los Andes, llegamos a un desvío, donde se abría un camino de ripio a Villa Traful.
Decidimos tomarlo e ir hasta la Villa ya que algunos de los del grupo no la conocían.


Luego de varios Km de ripio pero entre medio de unos bosques magníficos,  arribamos a una playita pequeña a orillas del Lago Traful. Unos 5 ó 6 km antes de entrar propiamente al pueblo. 



Decidimos que era un lindo lugar para almorzar. Habíamos traído una vianda con sándwiches. Así que bajamos y en unos troncos a la orilla del agua, nos pusimos a armar nuestro almuerzo.
La playa en ese lugar era  pequeña. Pero como se trataba de un día domingo había algunas personas haciendo picnic, otras pescando en algún bote o simplemente en familia.



Nosotros éramos los más bulliciosos. Hablábamos  todos juntos  riéndonos fuerte y  alteramos un poco la paz y armonía del lugar.
Al costado nuestro a unos pocos metros, estaban de picnic,  un matrimonio joven con dos hijos pequeños (aprox. 5 años uno  y el otro, un bebé  de 1 año)  más una abuela. La abuela se notaba juvenil y navegaba en un Kayak que manejaba ella misma,  cerca de la orilla.

A mi marido y a mi nos llamó la atención que el niño pequeño estaba sentadito con un juguete en la mano,  en una especie de corralito hecho con una caja de cartón. Este solo tenía el piso y dos laterales formando un ángulo de 90 grados. Las otras dos paredes de la caja se las habían quitado, con lo cual habían inventado un corralito abierto: piso y dos paredes formando un rincón. El niño estaba a gusto y no se salía del lugar. Nos acercamos a la caja porque no podíamos creer lo tranquilo que se veía e  imaginábamos a nuestro nieto, en idéntica situación. Ya hubiera estado con los pies en el agua y todos corriendo tras él.
Rápidamente entablamos conversación con el padre.
Mientras conversábamos,  el joven padre nos convidaba con mate. Observé que la abuela cargó al niño de 5 años en el kayak y se lo llevó a navegar por el lago. No tenían salvavidas ninguno de los dos. Los padres miraban y no decían nada, les parecía normal. El lago es profundo y frío. Pensé que debían hacerlo siempre así.
El hombre contó, que hacía 30 años que vivía en la Villa. Actualmente tendría unos 35 años. Que su madre,  siendo enfermera en una ciudad importante, un día consiguió un puesto en el Hospitalito de la Villa Traful y se vinieron a vivir aquí.
La villa era muy pequeña, pero se encontraban muy a gusto. Era un paraíso con montañas, bosques, el lago etc. El y su mujer  habían formado una familia. Estaban contentos porque sus hijos se criaban libres y en medio de la naturaleza. El hombre se dedicaba a hacer Prótesis Dentales. Hacía las prótesis  de los habitantes de toda la villa. Los que la necesitaban,  por supuesto.
Nos contó que él y su mujer  observaban el grupo que conformábamos los tres matrimonios, desde que llegamos al lugar y le dijo:
─ Que lindo sería  llegar a la edad de ellos y poder  tener un grupo de amigos así para hacer viajes juntos.
A mi particularmente esa observación me sorprendió. Porque cuando uno tiene esas posibilidades,  a veces no se da cuenta del valor que representan y por lo tanto no las cuida.


En un momento de la charla,   interrogó a mi marido en un tono que daba  a entender que la respuesta,  estaba implícita en la pregunta:
─ ¿No te gustaría vivir en un lugar así, en un paraíso como este, con esta paz, con esta tranquilidad?
Antes de responder se produjo  un silencio algo prolongado  y luego mi marido dijo:
─ No
Intrigado,  el hombre preguntó:
─ ¿Porqué?
─ Por que nací en Buenos Aires. Soy de allí y estoy acostumbrado a la vida agitada, al ruido, a la gente. Pero  además ya desarrollé  mi trabajo y mi profesión en ese lugar. Creo que yo no podría vivir aquí, como vos no podrías vivir allá.
El hombre demoró   un rato la respuesta. Mientras tomaba el mate pensaba, y entonces, dijo:
─ Es cierto. Cada uno vive donde le toca y se adapta a ello. Y así como hay problemas en la ciudad, también hay problemas en este bello lugar.
─ ¿Y cuáles pueden ser los de este lugar? ─ pregunté
─ En este hermoso lugar,  durante el invierno  hace mucho frío y nieva. La gente no puede salir de sus casas y se deprime. Mira TV todo el día y toma alcohol. El alcoholismo es un grave problema en este lugar.
Lo miramos extrañados. Habíamos escuchado una versión similar en Tierra del Fuego. Allí le llamaban “La enfermedad del sueño”. Pues durante el invierno, duermen muchas horas y toman bastante alcohol.
Finalmente agregó con un suspiro:
─ Cada uno hace su camino donde le toca y como puede.

Nos despedimos y seguimos hasta la Villa, donde en una confitería, tomamos café con Tarta de Ruibarbo.



martes, 2 de abril de 2013

Ruta 40. Historias. 1

Un Policía en la Patagonia

Con 4 amigos,  mi marido y yo, recorrimos en marzo de 2013, más de la mitad de la Ruta 40 de la República Argentina. Para ello, solo disponíamos de 26/27 días.
La parte norte de la Mítica Ruta 40, mi marido y yo la habíamos recorrido en otras ocasiones y por tramos. Así que nos interesaba particularmente la zona sur.
Fuimos en 2 coches y con 6 pasajeros, por lo cual alternamos de vehículos y de conductores. Gracias a eso hicimos casi un rally,  pues solo llegar al “Km 0” de la Ruta 40 desde Buenos Aires, lleva 2700km. Pero estos son de la Ruta 3, llamada “La Ruta Azul”. Nombre que hace mérito al paisaje,  ya  que va bordeando siempre la costa del Océano Atlántico y el mar en el sur de nuestra región, es de un color azul intenso.
En total en nuestro coche hicimos cerca de 9000 Km. El otro vehículo hizo casi 11.ooo km, pues siguió una semana más.

Se imaginarán Uds. cuantas anécdotas hay para contar. Ni que hablar de los paisajes maravillosos que hemos visto




En este sitio hemos colocado las fotos, el recorrido y la experiencia en si.


A mi marido y a mi, particularmente nos encanta poder contactarnos con la gente de cada región,  entablar conversación, que nos cuenten como viven en su propio lugar. Nos parece que un viaje no es completo si solo ves los bonitos paisajes y no te enterás algo más sobre la idiosincrasia de los lugareños de esos hermosos lugares.
Por eso,  en este que es “mi blog”, y se llama “Comidas con historias”,  voy a explayarme sobre esos temas, puesto que son vivencias muy particulares que no daban para contarlas en un blog comunitario como es el de:  Ruta40. No importa la edad.
Las historias a veces  serán con alguna referencia a comidas de la zona y otras  simplemente pequeñas anécdotas.
Pido disculpas si mis historias no tienen un orden por localidad de llegada. Es que si bien fui tomando apuntes de absolutamente todo lo que sucedió en este viaje, me voy acordando de las historias a medida que voy procesando en mi memoria tantas vivencias juntas, que además se dieron  en tan escaso tiempo.

Va la primera:
Un policía en La Patagonia o  “Un muy buen alimento: El Piñón de Araucaria” (Pehuén en Mapuche)

Veníamos subiendo la Ruta 40 desde Río Negro a Neuquén. Cuando llegamos al límite de la provincia pasamos debajo de un arco que decía: “Bienvenidos a la Provincia de Neuquén”
Del otro lado, esperaban a los coches 2 policías: una mujer y un hombre. Pertenecían a la policía de Neuquén. Paraban a cada coche y en una tablilla donde tenían colocada una planilla,   anotaban todos los datos.
Nuestros compañeros de viaje, del otro vehículo ya habían pasado y nos esperaban detenidos a unos 200 metros adelante.
Bajamos la ventanilla y nos toca el policía hombre.
─ Buenos días Señor.
─ Buenos días ─ respondimos los tres ocupantes del coche
─ Documentos por favor
Mi compañero le alcanza todos los papeles. El policía completa su planilla y nos pregunta:
─ ¿Hacia donde se dirigen?
─ A Villa Pehuenia. ¿Ud. sabe como está el camino? ─ Pregunta mi compañero
─ Ahh…¡Yo soy nacido allí! ¿Van a pasear?
─ Si ─ Contestó nuestro conductor.
─ Entonces van a ver “Los Pehuenes”. Es uno de los lugares que más árboles tiene de esa especie.
─ Son los que dan los piñones ¿No? ─ Me incorporé a la conversación
─ Si. Los mismos ─ agregó entusiasmándose
─ Y no saben la cantidad enorme que dieron este año. ¡Fue una cosecha record!
─ No me diga… ¿Y porqué fue así este año?
─ Es que hizo muchísimo calor en el mes de enero y los Pehuenes reventaban de piñones.
─ Que pena que yo no se prepararlos
─ Pero es muy fácil ─dijo el policía cada vez más entusiasmado. Se hierven en agua 2 horas. Se dejan enfriar y luego se abren desde la puntita más gorda…

A todo esto se había juntado una pequeña fila de coches detrás nuestro y la policía mujer, se acercó a nuestro vehemente interlocutor y le hizo señas para que deje de hablar y atienda a los 2 ó 3 coches que esperaban. Él, muy tranquilo en un ademán entregó la planilla a su compañera para que  lo sustituya en la labor de interrogar a cada conductor, y siguió con la charla:
─ Otra forma de cocinarlos es a “las brasas”, pero es más difícil saber cuando están tiernos.
─ Pelar los piñones ─ continuó─ cuesta algo de trabajo. Pero vale la pena. Es un alimento muy bueno. Nuestro pueblo lo utiliza desde sus orígenes (se refería a Los Mapuches)
─ ¿Y como lo comen? ─ Pregunté en el colmo de la curiosidad.
─ De muchas formas. En almíbar si quieren comerlos dulces. En escabeche o en pastas, previo molido. Con condimentos para salados. También se hace harina y se utiliza para tortas fritas, para repostería… ─ y seguía dándome recetas.

Pero en eso alcé la vista y vi a nuestros compañeros del otro coche que nos esperaban adelante, que habían bajado del mismo y se dirigían hacia donde estábamos nosotros, para ver que sucedía.
Como si fuera poco, la mujer policía se veía justificadamente enojada.
Tuvimos que decirle al hombre que agradecíamos mucho todas las recetas, pero nos teníamos que ir.
De repente tomó conciencia de su función y nos hizo la venia y deseó “Un feliz viaje”
Pero aún en el momento de arrancar y casi yéndonos,  nos gritó:
─ ¡No olviden de llevar piñones para su casa!