viernes, 4 de mayo de 2012

Miguelito


¿En qué lugar no existe un Miguelito? Esto pasó en mi barrio.

Conocí a Miguelito hace muchos años. Había sido amigo de mi marido en la preadolescencia.
Muchas veces salíamos a caminar y nos lo cruzábamos. La primera vez que lo ví me impresionó un poco. En ese entonces tendría cerca de 50 años. Alto,  delgado, con abundante pelo entrecano que le caía hacia un costado del rostro,  hablaba muy fuerte y mostraba la falta de varios dientes en la boca.
Cada vez que se encontraba con mi marido,  se abrazaban afectuosamente. Miguelito conversaba siempre  sobre los recuerdos juveniles, las aventuras que habían compartido, o el fútbol en el campito.

Cuando lo conocí, nos contó que había estado internado un tiempo,  en una casa de salud mental. Pero ahora se hallaba estupendo y había retornado a su trabajo.

Luego supe que desde chico ya padecía de algunos trastornos mentales, pero era tan amigable que todos los muchachos del barrio lo tenían de amigo.
Vivía solo, se había separado hacía muchos años y no había tenido hijos.
Miguelito contaba  que lo que más valoraba y disfrutaba era la libertad. Andar por la calle,  hablar con los amigos, decirle algún piropo a una mujer. Era sumamente sociable. Eso sí, todo lo expresaba en forma muy ruidosa y potente. La gente lo miraba de costado, pero  él no se daba cuenta o simplemente no le importaba.

A lo largo de los años nos encontramos muchas veces, así,  en la calle y él siempre mostrando su  cariño. Pero se lo veía cada vez un poco más excitado y gritaba más al hablar.
Si yo me llegaba a   cruzar sola con Miguelito, o sea sin mi marido, él me saludaba muy serio y seguía su camino.

Un día nos contó que lo “jubilaron”  por adelantado a causa de su enfermedad. (Enfermedad de la cual era muy conciente)

A partir de este hecho comenzó a estar más seguido en la calle y  nosotros a encontrarlo más. Empezaba a conversar y no podía parar. Nos íbamos y él nos seguía hablando de lejos.
En uno de esos encuentros mi marido me dijo:
Pobre Miguelito. Desde que lo jubilaron está peor
─ ¿No tendría que estar internado? ─ pregunté
─ A mi me parece que si lo internan él se muere ─ respondió ─  Está mejor así paseando por la calle, si no hace ningún daño. Se siente libre.

A los pocos  días lo vi. Llevaba  puesta una camisa con unas flores muy grandes y de colores chillones y se lo veía de muy buen humor.
Dos o tres días después lo encontré vestido con la misma camisa y llevaba en la cabeza un ancho sombrero de paja con flores adheridas al ala. En sus brazos sostenía un gran ramo de claveles. Me quedé a un costado y  observé que a cada mujer joven que pasaba,  se le  acercaba y diciéndole algunas palabras  le regalaba un clavel. Las jóvenes muy asustadas, huían espantadas. Me dio mucha pena. Le conté a mi marido la última hazaña de Miguelito. Me dijo:
─ Lo van a encerrar

No lo vimos más, hasta que un día, nos dijo, un vecino que había sido del grupo de amigos:
─ ¿Se enteraron lo que pasó con Miguelito?
─ ¿Qué pasó? ─ preguntamos
─ Apareció una hermana. Ella no podía verlo así y lo internó en un geriátrico.
─ ¿Y…?
─ Estuvo 15 días mirando la calle por la ventana  e intentando salir. Finalmente murió.
─ ¿De que murió? ─ preguntamos angustiados
─ De tristeza ─ nos respondió el vecino

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