─ Si. ¿Que pasa? ─ preguntó ─ ¡Uyy que cara de drama!
─ Es que pollo no se dora… y las papas están blancas y duras.
Esta conversación un tanto desesperada por parte mía, transcurría en voz baja en la pequeña cocina de nuestro departamento.
Hacía 10 días que habíamos vuelto de la luna de miel y aún no terminábamos de acomodarnos a la nueva situación. Pero el día anterior, unos amigos llamaron para visitarnos. Deseaban enterarse por donde habíamos estado en nuestro viaje de luna de miel.
Mi marido, no tuvo mejor idea que invitarlos a cenar. Por eso cuando volví de mi trabajo, muy contento me dijo:
─ Ahh, mañana Fulano y Fulanita vienen a conocer el departamento y los invité a cenar. ¿Qué podemos cocinar? ─ preguntó alegremente.
Cuándo me casé, con 24 años recién cumplidos, solamente sabía hacer un bife a la plancha, ensaladas, tallarines pero sin las salsas y como lo más extravagante de mis posibilidades, había aprendido a hacer canelones de verdura. Nada más y cuando digo nada más, es nada. Ni siquiera sabía hacer un huevo frito.
Así que le dije muy suelta de cuerpo:
─ ¿Que te parece si hago un pollo al horno con papas?
─ Sí, sí ─ respondió.
Compramos un pollo (bastante grande), las papas y verduras para una ensalada.
Cuando llegó el momento, acomodé el pollo en una asadera de horno, lo condimenté y rodeé de las papas peladas y cortadas en trozos. Encendí el horno y ¡Adentro!
Nuestro departamento era alquilado y hasta ese momento no había utilizado el horno de la cocina…
─ Bueno. Ya se va a hacer… ─ dijo en tono tranquilizador mi marido ─ Mientras esperamos, vení con nosotros y uníte a la charla.
En el living conversábamos muy animadamente, pero mi pensamiento estaba en el horno y en el pollo.
Uno de los amigos que estaban de visita, era muy bromista. Por eso me decía:
─ ¿Y que menú nos preparaste? ¿Qué tal va esta cocinera, ehh…?
Eso me angustiaba aún más.
A cada rato iba a la cocina, abría el horno y allí estaba el pollo, incólume. Su aspecto era blanco amarillento. ¿Y las papas? ¡¡Durísimas!!. El fuego del horno estaba al máximo. Había pasado muchísimo tiempo. Ya no sabía si de tanto abrir el horno a causa de mi ansiedad, este no calentaba lo suficiente.
A esta altura ya le hablaba al pollo, mejor dicho, lo insultaba:
─ Decíme: ¡Maldito! ¿Por qué no te cocinás de una buena vez?¿Cómo me hacés esto?
Las papas ya no importaban, si el pollo lograba dorarse un poco y que no quedase crudo por dentro, con la ensalada nos arreglábamos y salíamos del paso…
Nuestro amigo, luego de ver cientos de fotos, de tomar varios martinis, dijo:
─ ¿Y, cenamos o no?
Mi marido vino de nuevo a la cocina, abrió el horno y luego de observar un rato, diagnosticó:
─ Este pollo está anémico. ¿Pusiste el horno a fuego máximo?
─ Si. Pero no se porque no se dora.
─ ¿Y si llamás a mi mamá y le preguntás como se hace?
Me enojé muchísimo. Éramos recién casados…¿ Iba a llamar a su madre para preguntarle como se hacía un pollo al horno?… ¿Acaso no me tenía fé?
Finalmente… la llamé. Me dijo lo obvio:
─ Pero nena, ese horno no debe andar bien…
Fuimos los 4 a cenar afuera y así festejamos mi primera cena con invitados.
Al día siguiente hice el pollo a la cacerola, con indicaciones precisas de mi suegra y quedó muy bueno. Las papas las tiré a la basura.
El horno andaba mal. Luego de reparalo resultó ser un horno muy bueno que soportó todo mi aprendizaje.
A partir de esa circunstancia, acepté que mi suegra me enseñara a cocinar. A ella le debo mi amor a la cocina y el hecho de que hoy día, sea uno de mis mejores hobbies.
Ja..ja. Lo tenías que haber comprado ya horneado y les decías que lo hiciste vos.
ResponderEliminarBueno Gely creo que no se si a todas, pero si a la mayoria tuvimos una situacion parecida, cuando yo me case a los casi 21, nunca habia cocinado, si la veia a mi mama que cocinaba muy bien, pero esa era toda mi experiencia, recuerdo haber hecho un puchero que salio tan salado que ni el perro que teniamos lo comio, y una tortilla estrenando la sarten de acero inoxidable del juego que me habian regaldo mis padres que se me pego tanto que fue a parar a la basura con sarten y todo del ataque de furia que tenia, que le vamos a hacer la experiencia es todo en la vida y ya ves salimos bastantes buenas cocineras.
ResponderEliminarGRANDE MARCELO, eso es pa´ que aprendan las que dicen que al hombre se lo conquista por el estómago. También el romanticismo de un buen paseo nos conquista...si es hasta un restaurante.
ResponderEliminarGracias Horacio por leerme!! Felices fiestas a ti y tu familia.
ResponderEliminarBesos!!
Tere: Es cierto que a casi todas nos pasó y lo vivíamos como un drama. ja..Ja.. Por lo menos yo estudiaba y trabajaba y de cocina nada. Pensar que a pesar de todo, ahora somos bastante buenas cocineras.
ResponderEliminarBesito
Gely
bueniiiisima historia!!!!!!!!! Angelica...
ResponderEliminarGracias Daniel.
ResponderEliminarAbrazo
jajaja, que divina, esa acotación de cuando te casaste no sabías hacer ni un huevo frito está de mas, yo todavía no los se hacer pero lo bueno que hoy en día hay cursos hasta para hacer huevos fritos!!!!, te imaginaras que cuando yo me casé, al tener lejos a mi familia me costaba bastante caro aprender..., porque no solo no sabía cocinar (solo sabía hacer tortas, jajaj), si no que no sabía ni limpiar, he llorado lágrimas de cocodrilos pero por suerte no bajamos los brazos que es lo mas importante.
ResponderEliminarHermosa la historia y me estas matando con esas tartas que se ven deliciosas!!!!
Besitos desde el frío
Gracias Vicky! Es cierto yo tenía a mi suegra, fue mi gran maestra. Pero ella era española de Galicia y me enseñaba comidas que le gustaban al hijo. Luego yo fui aprendiendo otras que no fueran tan fuertes como el Pulpo a la gallega, el puchero a la gallega etc. Nunca hice un curso de cocina, pero si enseñe a varias personas...
ResponderEliminarUn beso te desde el terrible y húmedo calor de Bs. As.