viernes, 25 de octubre de 2013

Vista de ballenas en Chubut, Argentina.

Mi amiga Alejandra realizó un hermoso paseo a la provincia de Chubut,  para ver entre otras cosas


 a las ballenas en Puerto Madrin y Puerto Pirámides. Me envió estas hermosas fotos. 









Gracias Ale por compartir!!!

miércoles, 23 de octubre de 2013

Arroz integral con verduras

Estimados lectores de Comidas con Historias:

Hace un tiempo largo que no publico recetas  y me estoy dedicando más a las “Historias”. Sucede que de mi repertorio de cocina, (recuerden que soy una simple aficionada) ya no me queda casi ninguna, las he publicado todas. Esta que  acabo de hacer,  se que es muy común, aunque cada uno le pone su toque personal.
Así que si desean enviarme recetas que no figuren en este blog, con gusto se las publicaré.
Un abrazo a los lectores.

Gely

Arroz integral con verduras


Ingredientes
1 taza de arroz integral
1 zanahoria
1 morrón verde
1 diente de ajo
1 cebolla grande
1 cebolla de verdeo
2 tomates
2 cucharadas de aceto balsámico.
1 ajicito picante.
Sal, aceite.

Preparación
Hervir el arroz integral y reservar. (Es mucho más sano utilizar arroz integral por la cantidad de fibras que contiene, pero esta receta también queda bien con cualquier otro tipo de arroz).
Lavar y cortar todas las verduras. Los tomates antes de cortarlos se pueden pelar con pela-papas o bien quitarles la piel sumergiéndolos un instante en agua caliente.


Las verduras cortarlas como prefiera: en juliana, en cuadrados o bien en cubos.
Calentar el wok con el aceite y echar todas las verduras en él y cocinarlas sin que se pasen. Es mejor que le falte un poco de cocción, a que los vegetales queden deshechos.


 Agregar el ají picante cortado muy pequeño. A mi me quedó bien picantoso. Uahhh!!


A último momento incorporar  sal a gusto  y el aceto. Si desea en lugar de aceto,  puede utilizar salsa de soja. En mi caso prefiero el aceto balsámico.



Agregar el arroz hervido que teníamos en reserva y remover mezclando bien con las verduras. Armar el plato y servir.


 Esta preparación también va bien como guarnición de algún tipo de carne.


sábado, 5 de octubre de 2013

Sin Prejuicios.

Manuel, Manu,  para los conocidos,  tiene 2 años.  Maneja un vocabulario escaso pero cuando se refiere a sí mismo, lo hace en tercera persona:
Manu agua –significa que él quiere agua.  – Manu luna– quiere una medialuna.
En media lengua se hace entender perfectamente para cubrir  necesidades y caprichos, pero como es un niño muy histriónico,  cuando le falta lenguaje,  actúa y consigue igualmente lo que desea.

Hasta aquí, es como cualquier niño normal de su edad, pero él posee  otras dos cualidades,  es muy sociable y simpático. Va por la calle de la mano de su mamá o de su papá y saluda a todo el mundo con su manito, diciendo:
- Hola. O bien:
- Chau.

El otro día Manu y su mamá  iban a la panadería. A mitad de cuadra se encontraron con un linyera sentado en el piso y apoyado en un árbol. El hombre, de edad indefinible se encontraba en pésimas condiciones. Sucio, mal vestido, rotoso, con olor a vómito y vino. Cómo si fuera poco, de su cabeza casi calva, salían unos forúnculos  impresionantes.

Cuando Manu de la mano de su mamá pasó al lado, quedó hipnotizado ante esa imagen. Lo miraba y moviendo la manito, decía:
- Hola…
El linyera hablaba solo y decía palabras incoherentes con voz fuerte y gangosa, pero Manu no podía despegarse del lugar, a pesar de que su mamá le tiraba del bracito y decía:
- Vamos Manu, tenemos que ir a la panadería.
El niño parecía atornillado al lugar, mientras el linyera, seguía vociferando y hacía gestos con ambas manos.
La madre, atemorizada,  quiso levantar a la criatura  para llevarlo por la fuerza y  en ese momento,  el niño  dijo:
-Manu beso.
Ante el susto de la madre, que no quería que se acercara tanto y menos que lo besara, el niño se inclinó y sorpresivamente le estampó al hombre  un beso en medio del rostro sucio y oloroso.

- ¡Vamos Manu! –replicó la madre enojada. Entonces la mamá fijó la vista en la cara del linyera y vio que tenía los ojos anegados de lágrimas y  dos goterones se deslizaban por su rostro dejando un surco entre medio de tanta suciedad.
Cuando la madre levantó a Manu en brazos, el linyera le dijo en forma muy clara:
- ¡Cuidáme mucho a este chico! ¿Ehh?


martes, 1 de octubre de 2013

Santo André, Brasil. Otra forma de vida.

Cangrejo paseando por la playa
Fuimos a pasar unos días a un complejo turístico en una playa del estado de Bahía, Brasil. Queda a unos 570 km de San Salvador, capital del estado.

Nuestro complejo se hallaba a  solo 1 km de un  pueblo de pescadores llamado Santo André, de unos 600 habitantes. El pueblo,  muy bonito,  está ubicado en una punta del continente  que da al Océano Atlántico y por el costado del mismo, pasa un río muy ancho que desemboca en el mar. 

Río de Santo André que desemboca en el mar
Ese detalle hace del lugar algo muy  atractivo, pues la playa del río con arena blanquísima, se prolonga a la playa del mar.

Otra vista del río
Para llegar a nuestro complejo precisamente hay que cruzar ese río en balsa.

Cruzando el río en balsa
El viaje desde Buenos Aires es bastante largo. Pero una vez allí, uno se olvida de los dos aviones, las esperas y le parece estar en un paraíso.

Como el pueblo  estaba cerca,  podíamos  acceder a él caminando por la playa o por una calle interna de arena.  La playa correspondiente a Santo  André era más linda que la de nuestro hotel.  Bien plana, más ancha y el agua tibia.
 
Playa de Santo André
Si bien el lugar dónde nosotros parábamos era hermoso, con un estilo colonial cuidado hasta en el menor de los detalles, las playas que le correspondían,  eran empinadas y profundas.

Playa de nuestro complejo turístico
En nuestras caminatas comenzamos a observar que todos los días, a eso de las 10 de la mañana, llegaban a Santo André algunas embarcaciones que traían turistas de excursión para estar unas horas en el lugar. 



Embarcaciones con turistas que llegaban a la playa de Santo André

Se bañaban en el mar tomaban algo en la playa y luego  retornaban con el mismo barco.


Puestos de venta
Los habitantes del pueblo, unas horas  previas a la llegada de los barcos,  preparaban todo muy  laboriosamente. Trabajaban muchas familias desplegando a lo largo de la playa: reposeras de madera, sombrillas de todos colores y formas (incluso había varias con el nombre de nuestro hotel), abrían puestos de venta de bebidas,  comidas y artesanías. Siempre a la espera de los turistas que iban a bajar de las embarcaciones. Estas podían ser: Balsas, lanchones y algún que otro velero…

Arribando una balsa

Cada familia aspiraba  llevar la mayor cantidad posible de turistas a su zona o espacio. Ahí cobraban un alquiler por las reposeras y sombrillas. Pero  además vendían tragos, saladiños y  anteojos, sombreros, collares...  a los desprevenidos turistas.




Descendiendo de las embarcaciones

Nosotros pudimos observar que a los turistas que venían en los barcos,  les informaban por parlante sobre la variedad de ofertas que les esperaba en la playa, apenas  un rato antes de descender. Es más lo escuchábamos desde la orilla. 
  
Cuando la embarcación atracaba, lo hacía desde el lado del río y  encallaba directamente  en la arena, pues no había muelle. La gente descendía directamente por una plancha  o en la mayoría de los casos,  por una escalera que colocaban al momento de bajar. 



La señora no se atrevía a bajar por la escalera y la bajaron entre varios

Era entonces, cuando los vendedores del pueblo se abalanzaban sobre los viajeros,  quienes se veían sorprendidos por tantos ofrecimientos simultáneos y en muchos se notaba sorpresa y  temor. Parecían decir:
- ¿Dónde me trajeron?!!
Los vendedores  peleaban a los gritos entre ellos para atraer a sus clientes. El alboroto, que era muy fuerte,  duraba un rato y luego de a poco se veía a los turistas como eran guiados  hasta las reposeras y sombrillas que estaban ubicados a la orilla del mar, pero a unos 100 metros del lugar donde quedaban las embarcaciones. 

Turistas guiados hasta las sombrillas en la playa

Una vez solucionado este trance y ya acomodados, los turistas comenzaban a distenderse.
Tenían asignado un lugar y  empezaban a sonreirse,  contentos a pesar del susto, de disfrutar por un rato de esta hermosa playa. 


Cada cual en su silla y bajo su sombrilla

Finalmente un buen baño de mar

La mayoría  tenía  una caipiriña o un jugo de frutas en su mano. Se bañaban,  compraban chucherías y transcurridas unas tres horas, sonaban las sirenas de los barcos llamándolos.

¿Algún recuerdito para llevar?

Así como llegaban se iban y lo más gracioso era que cuando ya no quedaba ninguno de ellos y los barcos se alejaban, los pobladores de Santo André, en 5 minutos plegaban todas las sillas, cerraban las sombrillas, los kioscos, barrían la playa dejándola impecable y los que se habían peleado a  gritos entre sí para capturar  turistas, ya estaban amigos otra vez. Reían y charlaban alegremente.
 Al día siguiente,  todo comenzaría de nuevo y de la misma forma.

Playa limpia para el día siguiente

El pueblo de pescadores sigue teniendo sus pescadores tradicionales aunque parte de su población,  sufrió una  transformación con la modernidad y ahora también “Pescan Turistas”. 


Administradora de este blog

viernes, 20 de septiembre de 2013

Una profesora demasiado joven

Durante 5 años trabajé como profesora de Electrotecnia en una escuela de enseñanza técnica. Yo estaba cursando en la Universidad la carrera de   Ingeniería Electrónica y  tenía una hija pequeña. Ese trabajo me venía bien  ya que no era de “horario completo”, solo tenía que concurrir unas horas tres  veces por semana  y atender dos cursos.

Cuando comencé tenía 26 años y mis alumnos que eran del último año del industrial,  tenían entre 18 y 19 años.
La materia que debía dictar consistía en: teoría, práctica de problemas y un ensayo por mes  en el laboratorio.
Cuando me presentaron en la sala de profesores a los demás docentes,   noté  que  a algunos,  no les caía bien que una mujer fuese técnica y  dictara una materia dentro de ese rubro, prejuicios a los que ya estaba acostumbrada.  No me pasó lo mismo con los docentes jóvenes,  que me recibieron muy bien y me ofrecieron rápidamente su colaboración.

En cambio,  sí  fue muy llamativo cuando me presentaron  los cursos. Muchos de los alumnos eran  jóvenes de 19 años, tan grandotes que parecían hombres y eso me asustaba un poco.  Cuando se enteraron de que iba a dictar Electrotecnia I y II,  me estudiaron de arriba para abajo y viceversa. Sentí que la que iba a tener que dar examen, era yo.
La cuestión era hacerme valer con mis 26 añitos y demostrarles que yo sí, les podía enseñar a ellos.

Los primeros días me maté preparando las clases,   estudiaba hasta el último de los  detalles, preparaba problemas, apuntes... Iba a  bibliotecas de  algunas universidades a conseguir material de trabajo y  ejercicios prácticos. Me llevaba tanto tiempo y tanta energía preparar las clases, que el trabajo de “horario reducido”,  se extendió a más horas.
Eso en cuanto a mi preparación.  Pero  no había pensado  que  la mala  disciplina del alumnado, no  iba a permitirme dar las clases. El comportamiento de los alumnos era de lo peor y creo que mi presencia (mujer y joven)  los alborotaba  a tal punto, que al finalizar el primer mes,  me llamó el Rector a su oficina y me dijo:
  Usted  tiene que hacerse respetar más. Debe imponerse sobre ellos. ¡Esto así como está,  no puede ser!
Ante ese llamado de atención me quedé muy preocupada. Sentía que alguna decisión debía tomar para revertir la situación. ¡Eran ellos o yo!
Entonces, decidí ser dura, de lo peor, pero tratando de impartir muy  buenas clases. Que dijeran de mí:
  Es una arpía, pero enseña bien...

De a poco lo fui  logrando, pero no dejaba pasar una. Mandaba  poner amonestaciones, les tomaba al frente por sorpresa,  exigía muchísimo con los ejercicios y los exámenes.  Hacíamos las prácticas en el laboratorio y no permitía desórdenes de ningún tipo.
Las cosas iban saliendo bien,  la relación empezó a cambiar lentamente y yo a aflojar un poco.

Un día se me ocurrió lo  interesante que  podría ser para mis alumnos,  visitar empresas relacionadas con nuestros temas.  Con mucho entusiasmo lo propuse en la dirección. El Rector casi me saca corriendo. Insistí mucho y le dije que yo me hacía responsable del comportamiento de los alumnos y que lo haríamos de poco, probaríamos una vez y si se comportaban como salvajes, me comprometía a desistir del intento.

El trabajo no era poco,  tenía que conseguir las empresas, los permisos, arreglar los horarios, cómo nos íbamos a trasladar... Mi marido me empezaba a decir:
¿Vos no querías un trabajo de pocas horas?

Tenía entusiasmo, ganas de hacer cosas y posibilidades. No sé si actualmente a un docente le permitirían esas libertades. Fuimos venciendo las muchas dificultades de a poco. Finalmente  a los alumnos les encantó este tipo de prácticas, donde  realmente veían como algún día, ellos mismos podrían trabajar en alguna de esas  empresas  y se portaban  aceptablemente bien en estas salidas. Claro que eran otras épocas.

Cuando faltaban 2 meses aproximadamente para  terminar el año, me surgió un admirador. ¡Es que yo  tenía sólo 26 años! Había un alumno de unos 17/18 años que me miraba con ojos demasiado cariñosos. No me encontraba preparada para una situación así y no tenía ni idea de cómo manejarla. Empezó a mandarme notitas, luego me lo encontraba antes de entrar y  a la salida..... Trataba de no darle importancia y seguir con mi ritmo habitual.

Un día  tomé examen escrito. Cuando corregí su prueba,  que estaba bien, veo una esquela al final de los ejercicios. Era una declaración de amor. Me hice la tonta y entregué los exámenes como si nada sucediera. Ese día me esperó a la salida y me preguntó muy serio qué opinaba de su carta. Es de adivinar lo que  respondí, las cosas que normalmente se dicen en esas situaciones: que a su edad, ya iba a encontrar una chica como él y le iba a gustar... que yo era una señora casada con una hija... Por suerte terminaban las clases y él terminaba el industrial y no lo volví a ver.

Seguí trabajando como profesora  en esa escuela técnica durante  4 años más.  Luego renuncié para  entrar a otro trabajo. Pero fueron unos años muy interesantes de interacción y aprendizaje.

Muchos años más tarde, como 15 más o menos, yo estaba trabajando en una institución y  volví a encontrarme con este alumno. Increíblemente había conseguido un puesto de trabajo en la misma institución. Cuándo me reconoció se emocionó mucho, ahora éramos compañeros de trabajo. A esta altura,  él estaba casado y tenía dos hermosos hijos.
Cuando nos veíamos,  él me seguía llamando “profesora”. Pero lo más lindo fue que un día trajo un examen corregido y firmado por mí, que aún  guardaba. Muy orgulloso se lo mostraba al resto del grupo, porque  yo,  su profesora, lo había calificado en esa ocasión con un “10”. Por suerte… no era el examen que traía la cartita de amor.


martes, 17 de septiembre de 2013

La primera radio

Mi hermano habia egresado  como electrotécnico  del Colegio Raggio y  mi tío,  que a su vez era mi tutor,  adoraba la electrónica y la practicaba como aficionado.
 Cuándo yo terminé la escuela primaria,  estaba por cumplir  13 años y tenía que optar por algún  secundario.  ¿Como podía  saber a esa edad que me gustaba?... Hubiera seguido magisterio,  porque casi todas mis amigas estaban en eso, pero no me veía como maestra  manejando a un grupo de  niños terribles.

Mi tío que  me veía tan indecisa   me propuso que hiciera el industrial para  ser “Técnico/Técnica” en Electrónica. Según él,  así me aseguraba un buen  futuro,  siempre iba a tener trabajo y por lo tanto sería independiente y tendría buenos ingresos... Era un adelantado, (año 1961)  pensaba y practicaba que la mujer y el  hombre eran iguales. Tenía 3 hijas mujeres, nunca le vino el varoncito por eso se transformó en un gran defensor del género.
En definitiva  dije:
─ Y bueno,  vamos a anotarnos, pero primero quiero ver si hay mujeres, si no, no me inscribo.

Mi tío y yo llegamos a la vieja escuela Nro. 36 en Congreso. Fuimos allí porque en mi cuadra vivía un vecinito que ya iba a 2do. año de esa escuela y nos la recomendó. Entramos y nos atiende un preceptor al que siempre recordaré. El Sr. Fernández. Mi tío comienza a proporcionar  todos mis datos y presentar los papeles y entonces le digo tímidamente:
─ Por favor Señor, espere un momento! Quiero saber si en esta escuela hay mujeres...
El Sr. Fernández  me miró, pasó un  dedo índice por el cuello de su camisa, como si la corbata lo atragantara y respondió casi tartamudeando:
 ─ Haber hay, pero pocas.....
Como si intuyera algo,  no pregunté cuantas había... Muy convencida no quedé, pero dije que estaba bien, que continuáramos con la inscripción.

        Cuando empezaron las clases, la primera semana,  no ví una sola alumna y apenas algunas profesoras. Estaba aterrorizada,  sola con 13 años entre tantos y tantos varones. Llegaba a casa llorando y diciendo que no quería ir más, que me cambiaran a una escuela de “mujeres”. Pero el año ya  estaba empezado y por lo tanto me sugerían:
─ Probá un tiempo más,  ya vas a ver como seguro te acostumbrás.

        Un día, fui a encararlo al Sr.  Fernández y le dije que quería saber dónde estaban mis compañeras, las que él me había prometido... Me llevó a un aula donde había  (era verdad),  una chica que estaba en segundo año. Se llamaba Margarita y era unos años mayor que yo. Me aferré a ella como garrapata. Nos hicimos muy amigas y gracias a ella pude llevar a término mi primer año del industrial.

También tuve alegrías  en ese 1er. año. En el taller nos hacían armar nuestra primera radio a válvulas. Yo era  muy desprolija y torpe para armar un circuito. ¿Y para manejar las herramientas? Ni les cuento.  Todo era tan nuevo para mí....
        Tardamos algún tiempo, no recuerdo cuánto en armar nuestra radio, pero  para fin de año tenía que funcionar. Tanto mis compañeros como los profesores venían a mi mesa para ver cómo  hacía  las soldaduras y si sabía leer un circuito. De paso me hacían “bromitas y cargadas” de  tono machista. A medida que se acercaba la fecha de entrega,  los primeros arriesgados enchufaban sus radios y explotaba todo. Entonces,  tenían que buscar la falla y corregirla.  Yo temblaba de solo pensar que pasaría cuando me tocara el turno a mí y pensaba:
 ─  Va volar la vieja escuela...

El día que finalmente  dije:
  ─¡¡Enchufo!!...,
Todos me rodearon y Oh...  ¡¡Milagro!!  La Radio Funcionó “de Una”. No lo podía creer... Yo había hecho eso. Llegué a mi casa saltando de alegría y en cuanto abrí la puerta grité:
  ─  La radio anda, anda y no explotó...!