martes, 1 de octubre de 2013

Santo André, Brasil. Otra forma de vida.

Cangrejo paseando por la playa
Fuimos a pasar unos días a un complejo turístico en una playa del estado de Bahía, Brasil. Queda a unos 570 km de San Salvador, capital del estado.

Nuestro complejo se hallaba a  solo 1 km de un  pueblo de pescadores llamado Santo André, de unos 600 habitantes. El pueblo,  muy bonito,  está ubicado en una punta del continente  que da al Océano Atlántico y por el costado del mismo, pasa un río muy ancho que desemboca en el mar. 

Río de Santo André que desemboca en el mar
Ese detalle hace del lugar algo muy  atractivo, pues la playa del río con arena blanquísima, se prolonga a la playa del mar.

Otra vista del río
Para llegar a nuestro complejo precisamente hay que cruzar ese río en balsa.

Cruzando el río en balsa
El viaje desde Buenos Aires es bastante largo. Pero una vez allí, uno se olvida de los dos aviones, las esperas y le parece estar en un paraíso.

Como el pueblo  estaba cerca,  podíamos  acceder a él caminando por la playa o por una calle interna de arena.  La playa correspondiente a Santo  André era más linda que la de nuestro hotel.  Bien plana, más ancha y el agua tibia.
 
Playa de Santo André
Si bien el lugar dónde nosotros parábamos era hermoso, con un estilo colonial cuidado hasta en el menor de los detalles, las playas que le correspondían,  eran empinadas y profundas.

Playa de nuestro complejo turístico
En nuestras caminatas comenzamos a observar que todos los días, a eso de las 10 de la mañana, llegaban a Santo André algunas embarcaciones que traían turistas de excursión para estar unas horas en el lugar. 



Embarcaciones con turistas que llegaban a la playa de Santo André

Se bañaban en el mar tomaban algo en la playa y luego  retornaban con el mismo barco.


Puestos de venta
Los habitantes del pueblo, unas horas  previas a la llegada de los barcos,  preparaban todo muy  laboriosamente. Trabajaban muchas familias desplegando a lo largo de la playa: reposeras de madera, sombrillas de todos colores y formas (incluso había varias con el nombre de nuestro hotel), abrían puestos de venta de bebidas,  comidas y artesanías. Siempre a la espera de los turistas que iban a bajar de las embarcaciones. Estas podían ser: Balsas, lanchones y algún que otro velero…

Arribando una balsa

Cada familia aspiraba  llevar la mayor cantidad posible de turistas a su zona o espacio. Ahí cobraban un alquiler por las reposeras y sombrillas. Pero  además vendían tragos, saladiños y  anteojos, sombreros, collares...  a los desprevenidos turistas.




Descendiendo de las embarcaciones

Nosotros pudimos observar que a los turistas que venían en los barcos,  les informaban por parlante sobre la variedad de ofertas que les esperaba en la playa, apenas  un rato antes de descender. Es más lo escuchábamos desde la orilla. 
  
Cuando la embarcación atracaba, lo hacía desde el lado del río y  encallaba directamente  en la arena, pues no había muelle. La gente descendía directamente por una plancha  o en la mayoría de los casos,  por una escalera que colocaban al momento de bajar. 



La señora no se atrevía a bajar por la escalera y la bajaron entre varios

Era entonces, cuando los vendedores del pueblo se abalanzaban sobre los viajeros,  quienes se veían sorprendidos por tantos ofrecimientos simultáneos y en muchos se notaba sorpresa y  temor. Parecían decir:
- ¿Dónde me trajeron?!!
Los vendedores  peleaban a los gritos entre ellos para atraer a sus clientes. El alboroto, que era muy fuerte,  duraba un rato y luego de a poco se veía a los turistas como eran guiados  hasta las reposeras y sombrillas que estaban ubicados a la orilla del mar, pero a unos 100 metros del lugar donde quedaban las embarcaciones. 

Turistas guiados hasta las sombrillas en la playa

Una vez solucionado este trance y ya acomodados, los turistas comenzaban a distenderse.
Tenían asignado un lugar y  empezaban a sonreirse,  contentos a pesar del susto, de disfrutar por un rato de esta hermosa playa. 


Cada cual en su silla y bajo su sombrilla

Finalmente un buen baño de mar

La mayoría  tenía  una caipiriña o un jugo de frutas en su mano. Se bañaban,  compraban chucherías y transcurridas unas tres horas, sonaban las sirenas de los barcos llamándolos.

¿Algún recuerdito para llevar?

Así como llegaban se iban y lo más gracioso era que cuando ya no quedaba ninguno de ellos y los barcos se alejaban, los pobladores de Santo André, en 5 minutos plegaban todas las sillas, cerraban las sombrillas, los kioscos, barrían la playa dejándola impecable y los que se habían peleado a  gritos entre sí para capturar  turistas, ya estaban amigos otra vez. Reían y charlaban alegremente.
 Al día siguiente,  todo comenzaría de nuevo y de la misma forma.

Playa limpia para el día siguiente

El pueblo de pescadores sigue teniendo sus pescadores tradicionales aunque parte de su población,  sufrió una  transformación con la modernidad y ahora también “Pescan Turistas”. 


Administradora de este blog

2 comentarios:

  1. Lo comento por deporte pues sabes que siempe me gusto tu estilo....un abrazo....
    Cuando venís a tierra santa???

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    1. Gracias Daniel! No estaría nada mal eso de ir a Tierra Santa...
      Besos a vos y a Claudia!

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