viernes, 5 de abril de 2013

Ruta 40. Historias. 4


Mate con pan duro

Viajábamos tres personas en un coche, dos argentinos y un italiano. Regresábamos de Villa Pehuenia, norte de Neuquén, Argentina y nos dirigíamos a Chos Malal. Veníamos fascinados con los paisajes de gran altura. Se observaban mesetas en lo alto de algunas montañas, grupos de Pehuenes  (árboles Araucarias) formando pequeños bosques o bien solitarios, en alguna montaña. 


Curvas y contra curvas en medio del ripio. A veces entre las montañas se observaban praderas con suaves declives y en ellas, rebaños de ovejas y cabras. Unos gauchos a caballo, acompañados por perros pastores,  los guiaban.


El italiano que iba en el asiento trasero, llevaba una cámara de fotos formidable y a cada instante se escuchaba el clic del disparador. No quería perder ni una sola foto de esos paisajes maravillosos.


De pronto al dar vuelta una curva, nos encontramos con un hombre que vestía  de la misma forma que los arrieros que llevaban las ovejas. Nos hizo seña para que lo lleváramos.

El baúl  del coche  venía lleno al tope de bolsos y valijas. A tal punto,  que el asiento de atrás llevaba una canasta que no habíamos logrado hacer entrar en el baúl.
Paramos y el gaucho nos dijo si lo llevábamos, ahí nomás unos 30 Km.;  tenía que ir a buscar “el caballo”. Al principio dijimos que sí, entonces fue a buscar el apero (montura del caballo). Cuando vimos el tamaño de este, dijimos que era muy grande y no entraba en el coche porque el baúl iba muy lleno y en el asiento de atrás iba el italiano con su cámara y la canasta.
El buen hombre entendió y dijo:
─ Bueno, esta bien.
Arrancamos, pero a los 100 metros paramos y  dijimos entre los tres:
─  No podemos dejarlo ahí. Quien sabe cuando pasa otro coche. Tratemos de achicarnos y que lleve el apero encima de él.
Retrocedimos y le preguntamos:
─  ¿Puede llevar el apero arriba de sus piernas?
─  Si
─  Bueno, entonces suba.
La montura era grande, pero apretándose  bien con el italiano, logramos que entre.
Cuando finalmente se acomodó como pudo en el asiento de atrás, arrancamos. Me di vuelta y empecé a observarlo. Era un hombre joven, no más de 30 años. En el rostro curtido por el sol y el viento, se destacaban unos ojos chispeantes que transmitían cordialidad. Resultó un buen interlocutor y muy educado. Nuestra curiosidad era tanta,  que los dos argentinos  comenzamos a  bombardearlo con  preguntas. Las respondía con amabilidad y no parecía molestarle. El italiano por el contrario, no emitió palabra en todo el tiempo que duró el viaje del gaucho, que fue unos 30 minutos y eso que entendía perfectamente el castellano. Sólo  miraba con asombro.
El hombre era mapuche, nacido en la zona de los Pehuenes.
─ ¿Hace mucho que esperabas? ─  inició el interrogatorio mi compañero.
─  No. Desde las 8 nomás será.
Los tres miramos nuestros relojes y observamos que eran las 10:40 hs.
─  ¿A veces esperas más?
─  Y si. Hay veces que en todo el día no pasa ningún coche.
─  ¿Pero en ese caso que haces?
─  Pues duermo aquí, al lado del camino.
─  ¿Y si hace frío o llueve?
─  Anoche hubo helada.
─  ¿Y que hiciste? ─ Pregunté con aprensión
─ Nada. Pasé frío.
Silencio total.
Al ratito mi compañero arremete con otra pregunta:
─  ¿Adonde vas con la montura?
─  A buscar “el caballo”. Yo trabajo con las ovejas y necesito el caballo.
Respondía todo con tal naturalidad, como diciendo: “esta es mi vida, así vivo yo”.
─  ¿Pero que haces con las ovejas?
─  Las llevamos abajo, porque ya viene el frío y aquí nieva mucho.
─  Ahh... ¿Y como las llevan?
─  Las vamos guiando por el camino con los perros y dos o tres gauchos más.
─  ¿Y cuanto tardan en llegar?
─  Unos 12 a 15 días, más o menos.
─  Entonces ¿Ustedes  siempre duermen a la intemperie?
─  Si, hasta que llegamos.
─  ¿Y que comen durante el viaje? – pregunté angustiada, interviniendo de nuevo.
─  Si hay, algún churrasquito. Si no hay, mate con pan duro. 


A esta altura de la conversación, miré al italiano. Habitante del primer mundo, él. Observé que  le salían los ojos de las órbitas. El asombro con que escuchaba y miraba al hombre de la Patagonia profunda, le hacia caer la mandíbula.
En cambio al gaucho,  que respondía con amabilidad a nuestra impetuosa curiosidad, se lo notaba tranquilo y hasta diría satisfecho de contar como era la vida en esos lugares.
─  Pero ─ insistía mi compañero ─ si tardan tantos días,  las ovejas deben
llegar muy flacas…
─ No. Llegan bien, porque se pasan comiendo todo el verano y salen gordas pa el viaje.
─ Es mas caro un chivo que un cordero ¿No? ─ preguntó el argentino, casi dando por sentado que era así, pues en la ciudad comer chivito siempre es más caro que otra carne.
─ ¡Noo…! ─ respondió riendo a gusto el gaucho ─ Si el cordero tiene mucha más carne que el chivo. El chivo es casi puro hueso.
Nos sentíamos tan ignorantes...
─  ¿Tenes familia?  ─ pregunté para cambiar un poco el tema.
─  Si. Tengo mujer y una hija de 5 años.
─  Ahh... ¿Y cuando las ves?
─  Cuando termina el arreo.
Abrí la guantera del coche y extraje de una caja que yo traía para el viaje, un puñado de caramelos.
─  Tomá ─ dije ─ Son para tu hija.
─  Gracias.
Entonces buscó una bolsita de nylon de entre sus ropas. Supuse que allí llevaba sus cosas importantes, ya que  con sumo cuidado  introdujo los caramelos adentro. Luego anudó la bolsa y la guardó nuevamente.
Al rato, en un lugar del camino, nos dijo:
─ Aquí me bajo. 


Paramos. El lugar era de un paisaje árido, desolado y altísimo. No se veía ningún  rancho a lo lejos. ¿Donde iba a buscar el caballo? ¿De quién era el animal?
Bajó su apero, nos dio las gracias y desapareció.

Los tres quedamos impresionados. Siendo habitantes de grandes ciudades,  nos costaba entender esta forma de vida.
El italiano que no había abierto la boca, comenzó a hablar a borbotones. No podía salir del asombro y nos decía:
─  ¿Pero Uds. escucharon que hacía más de 2 ½  hs  que esperaba? Y nosotros en la ciudad si esperamos más de 15 minutos nos ponemos locos.
─ ¿Vieron? Dijo que dormía al aire libre hasta que llegaban abajo. ¿ Y vieron  como se alimenta durante 15 días?
Realmente estaba shoqueado y seguía diciendo:
─ Uno es de la ciudad y cree que la vida es como nosotros la conocemos, pero las realidades son tan distintas en cada lugar. Esto tiene que ser una lección y espero que me sirva para no quejarme todo el tiempo.
Todavía el italiano agregó algo más:
─ Se ve que este gaucho no conoce otra forma de vivir más que la suya. Siente que pertenece al lugar y además, le gusta. 

2 comentarios:

  1. Hola Gely, que hermoso viaje, lo fui siguiendo a traves de las publicaciones que fueron haciendo durante el trayecto, tus anecdotas muy buenas, segui recordando asi sigo viajando con la imaginación.

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  2. Gracias Teresa!! Me tengo que apurar a contar porque a medida que pasan los días me voy olvidando. Ja...ja ¿Quién dijo que no importa la edad???

    Beso
    gely

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