miércoles, 29 de enero de 2014

La casa del médano o como cocinar rico con casi nada

Bajamos del taxi  en la puerta de una casa grande y bonita, pero en una zona que  se veía agreste. 


Poca infraestructura, calles de arena,  apenas marcadas y  alrededor muchos médanos. 


Habíamos alquilado una casa a último momento  a unos conocidos de otros conocidos. Lo único que sabíamos era que estaba a unos 80 metros del mar. 


Pero la primera sorpresa fue  que teníamos como vecino a  un médano. Si, todo un costado de la casa daba a un médano.


Si me recostaba en la galería, veía  al médano,  si abría el ventanal de mi dormitorio, veía un pedazo del médano y luego cocinando también lo veía a través de la ventana. 


Era pequeño respecto a otros que se encontraban en la zona y retenía bastante  al viento que venía del mar en los días muy ventosos. Nuestros mares del sur de América se caracterizan por tener amplísimas playas de arena fina, pero  con días de bastante viento. Es un mar de llanuras, de pampa.

En la casa no había Internet, ni televisión y gran parte del tiempo no tenía señal de celular.  Solo radio, música y libros. No llegaba el periódico y para comprar alimentos, había que recorrer unos cuantos kilómetros en auto. Pero, he aquí la cuestión. Nuestro automóvil se rompió en el camino durante el viaje de ida. Lo tuvimos que dejar  en un taller mecánico a 140 kms del lugar, de ahí nuestro arribo a la casa en taxi. Teníamos para unos  días hasta su reparación.


Entonces me planteé:
¿Podré estar 15 días (tiempo que duraba el alquiler de la casa) desconectada de todo? ¿Podré vivir dos semanas  sin tecnología?
Los dos primeros días debo confesar que me deprimí un tanto, no era consciente de mi dependencia tecnológica y consumista. Lo único que había a unos 6oo metros de arena y médanos, era un pequeño almacén que vendía algunos productos muy poco variados y bastante caros. No tenían verduras, ni frutas,  ni carnes. Habituada  a cocinar con gran variedad de vegetales, semillas, frutas… me sentía desamparada.


Fue ahí que comencé a sentarme en la galería a  observar al médano, que hasta el momento lo miraba desde cualquier ventana de la casa, pero no le prestaba mucha atención.  Soy de esta región y los he visto durante toda mi vida, pero nunca había convivido con uno. Observé que tenía una contra,   tapaba la visión directa del mar, pero a su vez  una ventaja, y es  que era como una pared. Me protegía del viento, de la curiosidad de los paseantes y prestaba una intimidad y un cobijo muy particular a toda la casa.


El médano, cubierto de plantas y pastos agrestes, tenía su propia vida. Los vientos modificaban la capa externa de arena y sé, por haberlo leído alguna vez, que se mueve, se desplaza. Quizá la cantidad de años que tendría mi médano... Digo “mí”, pues comencé a tomarle cariño y le puse nombre, lo bauticé Don Médano, dado el respeto que me inspiraba.
Así que durante muchas horas Don Médano y yo compartíamos experiencias. 



Él tenía sus visitantes: pájaros, niños que se trepaban y luego rodaban por su ladera arenosa y  un día hasta recibió a un  Búho, que se estuvo  largo rato parado mirándome.


Pero a los médanos no  los cuidan, por el contrario los destruyen. Edifican casas encima o simplemente los derriban en aras del progreso. Tiran basura en cualquier parte y luego el viento la deposita sobre sus plantas…  Nosotros al nuestro,  lo limpiábamos. Si veíamos una botella plástica  o bolsas de nylon,  las quitábamos, aunque pensábamos lo inútil de esa  tarea, pues Don Médano correría a la larga el mismo trágico destino de otros en cuanto  alguien nomás,  eligiera construir en ese lugar.

Pero  mientras tanto mirando la paz con que él vivía,  decidí que mi actitud un tanto de enojo, tenía que  cambiar.  ¿No tendría variedad de alimentos por varios días? Pues me arreglaría y cocinaría comida para la familia con lo que vendiera el almacencito. ¿No había Internet ni TV? No escribiría mails, no navegaría y no me enteraría las noticias del mundo. ¿No había señal de celular? Pues por unos días no hablaría por TE.

Fui al "almacén/shoping" y monitoreé de un vistazo que podía cocinar con lo que allí ofrecían. Después de todo este es un blog de comidas con historias. ¿No?
Haría: fideos secos con manteca y queso. Fideos con salsa blanca y huevos duros, gratinados. Vendían  hamburguesas y salchichas, también papas y cebollas.
Un revuelto de salchichas papas, cebollas y huevo. Ensalada de lentejas y huevos duros, huevos fritos,  pasados por agua, posché. Arroz  frío con caballa y aceitunas, arroz con manteca y hamburguesa, tarta de jamón y queso, arroz con salsa blanca… y comenzaron a surgirme cientos de recetas, aunque sin verduras y sin frutas, pero era solo por unos pocos días. Si querían postre, podía ser un queso y dulce, un flancito y había yogures!!! No estaba tan mal después de todo.

Mientras cocinaba,  por el amplio ventanal de la cocina saludaba a Don Médano y le agradecía la paz por estos días descontaminados de tecnología y consumismo.


Ahh… en la playa conseguí que un pescador me vendiera un hermosa brótola que la asamos a la parrilla de carbón y la acompañamos con papas a las brazas con manteca en el medio. ¡¡Riquísima!!

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