domingo, 16 de enero de 2011

Historias de vida - Capítulo 6

El Flaco Juarez

Dentro del itinerario estaba previsto ir a  Rosario de Lerma, en Salta,  a ver al Flaco Juarez. Ex compañero de residencia de nuestros maridos.


El flaco era un personaje. Alto, delgado un tanto desgarbado. Había llegado a Salta por el folklore; cantaba y tocaba la guitarra muy bien. Casado con una médica, los dos habían conseguido trabajo. Ella en el Hospital de la Ciudad y él como médico de una Mina de Borax en Campo Quijano, en plena montaña, a cielo abierto y a 1500 mts. de altura.


El flaco atendía a los mineros. Iba y venía todos los días. Salía del vergel que era su barrio, para internarse en la zona desértica de la Mina de Borax.
Su mujer también estaba embarazada; ya éramos tres…

Nos invitaron con empanadas salteñas riquísimas, http://www.portaldesalta.gov.ar/empanada.htm   
 Buen vino, guitarra y canciones.


También se contaron muchas anécdotas. Relato una de él,  que a mi particularmente, me impresionó.
El flaco Juarez provenía de una familia muy humilde y para estudiar medicina y costearse la carrera,  contó que trabajó en un frigorífico donde todo el tiempo revisaba “hígados de vaca”. Esa era su función. Le llegaban los hígados por una cinta, él los agarraba y palpaba para ver si tenían Quiste Hidatídico. Si tenían,  iba a un tacho aparte. Decía que  era un trabajo asqueroso. Terminaba la jornada laboral con la sangre hecha costra en la ropa y en los guantes. En cuanto pudo, cambió de trabajo.

Interesante todo, pero trabajo para nuestros esposos, nada por el momento. Nos despedimos al día siguiente y continuamos nuestro camino. Pero Alex nos dijo:
- Chicas, Uds.  querían que este viaje fuese también de turismo. ¿No?
- Claro, son nuestras vacaciones - dijimos ambas.
- Bueno, vamos a ir a un lugar que parece que es espectacular. Es el Parque Nacional El Rey. Queda cerca, aquí mismo en Salta…
Continuará

sábado, 15 de enero de 2011

Historias de vida - Capítulo 5

 La Cuesta del Portezuelo
 

La primera que quería volverse, era yo. Estaba preocupadísima, pero Marce no aceptó. Deseaba continuar el viaje a toda costa. Me convencieron diciéndome,  que ellos eran médicos y por lo tanto Alex se encargaría de hacer las curaciones necesarias.
Seguimos y en Catamarca  atravesamos la Cuesta del Portezuelo.
Todavía nos quedaba ánimo para ir cantando:

Desde la Cuesta del Portezuelo,
mirando abajo parece un sueño:
un pueblito aquí, otro más allá
y un camino largo que baja y se pierde.

Hay un ranchito sembrao de higueras
y bajo un tala durmiendo un perro.
Y, al atardecer, cuando baja el sol,
una majadita volviendo del cerro. 
          



 Paisaje de Catamarca
         con mil distintos tonos de verde:
         un pueblito aquí, otro más allá
         y un camino largo que baja y se pierde. 
 


Con una escoba de pichanilla
una chinita barriendo un patio.
Y sobre el nogal, centenario ya,
              se oye un chalchalero que ensaya su canto.
 
Y ahí, en la villa del Portezuelo,
con sus costumbres tan provincianas:
el cañizo aquí, el tabaco allá
y en las sogas cuelgan quesillos de cabra.

Letra y Música: Rodolfo "Polo" Jiménez (Si alguien tiene la música para subir al Blog, la agrego)



Claro, nos habían dicho los baqueanos que no la crucemos de noche y por supuesto la noche cayó cuando aún nos faltaba la mitad.
 No solo eso, el DKW hacía un ruido extraño, por lo cual con linternas en el medio de la montaña viendo que tenía… No recuerdo que era, solo se que le pusieron un alambre y avanti.


Hasta ese momento el Citroen, 10 puntos.
Finalmente llegamos a Tucumán y en la casa de la hermana de Alex, mi marido se recompuso un poco, pero recuerdo que por varios días tuvo que dormir boca abajo. Eso sí, no se quejaba.

La hermana de Alex iba a intentar algunos contactos, para ver si conseguía dentro de la provincia algún tipo de trabajo para estos dos médicos.
Emprendimos rumbo a Salta…  
Continuará

viernes, 14 de enero de 2011

Historias de vida - Capítulo 4

Anexo

No puedo seguir este relato sin realizar un aparte para el Citroen. Por esa razón agrego unas fotos.


Continuará

Historias de vida – Capítulo 3

 CHAMICAL, LA RIOJA

Era la ruta 38,  llegaba a Tucumán luego de pasar por La Rioja y  Catamarca.


Antes de llegar al pueblo de Chamical, hace 38 años no había nada,  solo desierto… y el DKW, no daba más. Entrando al pueblo nos detuvimos en la estación de servicio. 

 Marce, preocupado por la temperatura del coche, no se le  ocurrió mejor idea que abrir el radiador para agregar agua. Conste que no teníamos la más mínima experiencia de mecánica y veníamos como atontados por el calor.
 Cuándo estaba abriendo la tapa del radiador, alguien gritó:
- ¡¡No  abras!! - pero fue tarde. El agua del radiador saltó en forma de chorro, con muchísima presión y altísima temperatura.
Marce se asustó,  logró girar un tanto el cuerpo y cubrirse  cara y cabeza con las manos. Pero a pesar de ello, el agua del radiador le dio en parte de la espalda. Todo transcurrió en pocos segundos.
 Corrimos los tres a socorrerlo, quitándole la remera y   pasándole  cremas que habíamos llevado en nuestro botiquín.  Pero a los 10 minutos le aparecieron unas ampollas enormes que se desparramaban por casi toda la espalda.
Pensé que ahí nomás se terminaba el viaje… 



Continuará

jueves, 13 de enero de 2011

Historias de vida - Capítulo 2

BUSCANDO TRABAJO

 Alex y Marce, concluyeron la residencia y ambos estaban sin trabajo. Desorientados, no sabían si buscar un puesto en algún hospital, cosa que no era fácil, o intentar abrir un consultorio, más difícil aún.
Después de mucho discurrir sobre el tema,  decidieron hacer un viaje por el interior del país a ver donde podían “colocarse”.
Olvidaban  dos detalles, Moni y yo. Ambas teníamos nuestras profesiones y nuestros trabajos.

De todas formas aceptamos ir, por lo menos para ver el panorama. Aprovechamos  nuestras vacaciones y planificamos el viaje para el mes de febrero. Pero planteamos que íbamos  a buscar trabajo y también a hacer turismo.

Alex y Moni tenían un hijo pequeño, al cual lo dejamos en Córdoba, al cuidado de la abuela.


A partir de allí, empezaba nuestro  verdadero itinerario hacia el norte. Pero no puedo hablar del mismo, sin antes relatar otras circunstancias. Moni estaba embarazada de nuevo y de 4 meses. Yo  cursaba el tercer mes de mi primer embarazo. O sea que debíamos tener ciertos cuidados, puesto que el viaje era muy largo y dormiríamos siempre en carpa.
Mi médico me recomendó que llevara un colchoncito, para cuidarme y que cada  3 hs. nos detuviéramos para estirar un poco las piernas… Claro,  mi médico  no tenía ni idea de los coches con que viajábamos.                                                        

Marce tenía un Autounión (DKW) del año 1965 y Alex un Citroen 2CV.


 Nuestro coche, al cual llevábamos continuamente al mecánico, era un desastre. Siempre tenía algo nuevo que generalmente era malo.

Cuando partimos de Córdoba ya presentaba problemas con el arranque. Había que empujarlo para ponerlo en marcha y no era por la batería. Por esa razón parábamos lo menos posible, así que eso de descansar cada 3 hs. quedó en el olvido.

La primera parada iba a ser Tucumán. Allí vivía la hermana de Alex, quién nos alojaría unos días. Para ello debíamos cruzar La Rioja.

El calor  era impresionante. Desierto y cactus ¿Aire acondicionado? En esa época,  no se si existía… De pronto la aguja del marcador de temperatura del DKW, se fue a fondo…

Continuará
 

miércoles, 12 de enero de 2011

HISTORIAS DE VIDA - Capítulo 1

Hace 40 años que conozco a Mónica y  Alex. Los conocí cuando mi marido, Marce, comenzó su Residencia Médica. En ese entonces, Marce y yo éramos novios.
Alex y Marce hacían juntos,  2 ó 3 guardias por semana, por lo cual siempre les tocaba trabajar durante algún feriado importante.

A Mónica la conocí en Nochebuena. Ambas llegamos al hospital con paquetes de comida para cenar con la gente de la guardia y hacerles compañía a nuestras parejas.
Alex  y Moni hacía poco que se habían casado. Moni tenía un embarazo de 5 ó 6 meses de su primer hijo.

Era la primera vez que yo  pasaba una Nochebuena en la guardia de un hospital. La experiencia fue muy dura. Hasta cerca de medianoche más o menos, pudimos cenar con todos los médicos de la guardia, pero no llegamos al brindis. Accidentados en moto, choques de vehículos, quemados, apuñalados, intoxicados… etc. y etc. era  lo que se presentaba durante esa noche interminable.
Ahí tomé conciencia de la tremenda responsabilidad y stress de ese grupo de hombres y mujeres jóvenes, que estaban haciendo “La Residencia Médica
A partir de esa noche comenzó entre nosotros cuatro, una amistad que lleva 40 años; con altibajos, breves ausencias, discusiones, reencuentros, etc.

A los cuatro nos encantaba viajar, explorar, experimentar y vivir las sorpresas que depara la aventura.
Teníamos muy poco dinero, por lo tanto la gran aventura siempre la encarábamos con muy bajos recursos.

Hemos hecho muchísimos viajes juntos durante los 40 años, pero solo voy a relatar unos pocos y para no aburrirlos,   cada tanto publicaré una receta de alguna comida, de esas que se hacen en la  familia.

Entonces, el primer relato se llamará:
“Viaje al norte argentino en busca de trabajo para dos médicos jóvenes”

Continuará

domingo, 9 de enero de 2011

Un día con mi nieta Sofía

Eduardo Galeano
 Se que  este texto es muy conocido, pero es tan divertido que se puede reeler más de una vez. (María)
Mañana te dejo a tu nieta por un rato -dijo muy suelta de lengua mi hija.
Y me lo dijo así, como si yo hubiera parido una nieta y me la vinieran a devolver.
No es que me moleste, más bien me muero por ella pero... ¿así?.¿cómo si yo hubiera abandonado a algún niño en una canasta?
Me la trajo tempranito envuelta en camperas, bufandas, guantes, gorras y todas esas cosas que les ponen las madres a nuestros nietos y que nosotros les poníamos a ellas y ahora nos damos cuenta de que era un disparate.
No hay como cambiar de lugar del mostrador para avivarse de algunas cosas.
- No me le des chicles que el dentista lo pago yo, ni Coca Cola, nada con colorante, fijate la fecha de vencimiento de lo que le das, que no se desabrigue que acá adentro está muy frío, si ves que transpira sacale el gorro, que no coma chupetines porque se ensucia y con esta lluvia no se me seca la ropa con nada, si van a salir, tapale bien la boca, si se aburre, en la mochila trajo unos jueguitos para la playestation -dijo cerrando la puerta y continuó dando órdenes por el pasillo.
- Sí, mi amor, tengo un chicle de banana, y para después tengo un chupa chup de coca cola.
- Siéntese por acá que le voy a enseñar a jugar al ludo, ya tiene cuatro años y tendría que saber. Usted juega con las fichitas rojas, si saca seis..., no, mi amor, el dado no se tira así, ¿su mamá no le explicó que no gana el que lo tira más lejos?
Ya van tres veces que tengo que correr la heladera para sacar el dado.
¿No le gusta el ludo mi amor? ¡¡¿Ya se aburrió del ludo mi amor?!!
Bueno..., le voy a enseñar a jugar al robo montón... Si tiene una sota..., la sota es la señora de... ¿tampoco le gusta? Entonces de la escoba de quince ni hablamos ¿no?
Mijita..., yo a su edad jugaba con tres palillos de ropa y dos chapitas durante horas y horas y usted ya me cambió de juego tres veces en dos minutos.
¿Sabe una cosa? Nos vamos a las hamacas y al arenero ¿Cómo que su madre la reta si se ensucia con arena?
En la esquina nomás le saqué la bufanda, los guantes, el abrigo y todo lo que le había puesto la madre para que se moviera poco. ¡Ay Sofía! ¡Faltó que le pusieran un ombliguero nada más!
Pise..., pise ese charco..., déle, déle que nadie nos ve.
Sí, agarre ese palito y vaya pasándolo por la pared y por las rejas..., dele..., que yo lo hacía y no me morí...., patee esa lata..., pise solo las baldosas blancas..., gire alrededor de esa columna..., corte esa flor para llevarle a su madre..., no pise la sombra..., déle..., tírele una piedra a ese perro que se quiere comer al abuelo..., cuélguese de esa rama que está bajita...
¿Al shopping? ¡¡¿¿¿AL SHOPPING???!!! ¡Noooooo! ¡¡Nuncaaaaa!! ¡¡Yo a ese antro de perdición no entro aunque me lo pida mi nieta!!!
- Buenas tardes... ¿Ropería tienen...? Ah..., bueno.
Metí el mate y el termo en la matera porque no tenía claro si dejan tomar mate en el shopping.
Cargué con la ropa que le había sacado a Sofía y le agregué mi campera porque había 15 grados de diferencia entre la placita y ese lugar maldito.
Mi nieta empezó a moverse como si hubiera nacido allí.
Yo estudiaba cada paso que daba por temor a equivocarme.
Sofía llamó por el nombre de pila a la vendedora de pororó y me hizo comprarle una caja de las grandes.
Cuando yo estaba pagando enfiló corriendo para la escalera mecánica y a mí casi me da un ataque.
Corrí lo más rápido que pude cargando con la ropa, la matera, desparramando el pororó por el piso al grito de ¡¡Sofíaaaa!!!! ¡¡¡¡Cuidadooooo, esa escalera te puede mataaaar!!!!!!
Detengan a esa niñaaa!!! ¡¡Paren la escalera!!!! ¡¡Se va a tragar a mi nieta!!!! ¡¡¡Alguien que pare la escaleraaaa!!!
Un guardia de seguridad me quiso llevar detenido mientras mi nieta me hacía adiós con su manita abierta subiendo lentamente hacia la zona de restaurantes.
Regresó solita  por la otra escalera y le explicó al guardia que yo era su abuelo y que me había traído al shopping.
- “Es mi abuelo, nos vamos al cine Pablo”.
-¿De Walt Disney dan alguna? -pregunté a una chica igualita a la que me dijo que no había guardarropa.
Seguro que ya se lo habían preguntado muchas veces, porque se rió y me miró como diciéndome... “No, de Walt Disney hoy no damos”
No habíamos dado ni tres pasos cuando tuve que comprar otra caja de pororó y dos vasos de Pepsi de los grandes.
Nunca pensé que podría ser tan largo el recorrido hasta la butaca.
Le pedí a mi nieta que se agarrara de mi campera porque me quedé sin manos para ella.
Un vaso llenito hasta el borde en cada mano, la caja de pororó llevada con los dientes, la matera colgada, los guantes, la bufanda, las camperas y la gorra sobre mis brazos a modo de un bebé.
Cuando vi el escalón a lo oscuro, mi instinto de abuelo no consiguió frenarse y grité:
- “¡Cuidadooo Sofía!”
Cualquier idiota sabe que cuando uno abre la boca para hablar se le cae lo que esté agarrando con los dientes.
Yo también lo sabía, pero mi cabeza piensa más lento que mi corazón.
De cualquier manera lo que más me molestó fue la risita de algunos padres piolas, la patada que me dio el tipo al que bañé con pororó y los insultos de la señora que limpia.
El resto, bien.
Necesité diez minutos más para acomodar en la oscuridad todo lo que había llevado al santo botón.
- Abuelo... -dijo casi en secreto mi nieta - ¿no quedó pop?
- ¿Pochoclo? –le pregunté.
- ¿Pocho qué?- dijo mi nieta y tuve que ir a buscar más.
Como no me animé a dejarla sola en lo oscuro y como vi a un par de nenes con cara de delincuentes sentados allí cerquita, resolví agarrar todas las cosas (incluyendo a Sofía) y repetir la operación otra vez.
Tomé un trago bien grande de ambos vasos para que no se me volcara y allá fuimos otra vez de excursión.
Nos perdimos el principio de la película.
-Esta ya la vi, abuelo -dijo mi nieta con absoluta seguridad.
- ¿Cómo que ya la vio?!! ¡Es Robot!! ¡Es un estreno!
- Ya la vi abuelo. ¡El papá de una compañerita del colegio las baja por Internet.
- Bueno, mi amor, no importa..., vamos a verla otro poquito que me gasté 250 pesos en las entradas.
- Ahora ese robot se va a desarmar..., ¿viste abuelo? Ahora agarra su cabeza con la mano. ¡Te lo dije! ¡Vamos a los jueguitos, abuelo, vamos a los jueguitos!
¡No, no y no! No es que me molesten las maquinitas, directamente las odio. No puedo ver como pasan horas y horas enfrente a las pantallas donde se cruzan autos o aparecen monstruos disparando.
- No mi amor, discúlpeme, pero eso es lo último que haría.
- ¿Me das 4 fichas, por favor? -le dije a una chica igualita a la que vendía Pepsi, pochoclo y entradas de cine.
El ruido me  perforó los oídos..., en una máquina un tipo tiraba con una ametralladora hacia una pantalla y el que parecía su hijo se le colgaba de los pantalones llorando para que le dejara hacer un tirito.
En otra máquina un niño de 8 o 9 años trataba de embocar una pelota de básquetbol en un aro, le pregunté por que no iba a la placita y me dijo algo de mi mamá.
Dos niños que parecían sus hermanitos lo aguardaban en unos changuitos. Les pregunté por la madre y me dijeron que estaba al lado, en las maquinitas para grandes.
Contra el pool, cuatro niños de 10 o 12 años pasaban tiza a los tacos y solo faltaba el humo de los puchos subiendo hacia la luz tenue que se balanceaba sobre el paño azul.
No pude encontrar ningún juego para mi nieta, así que dejé más de 200 pesos en fichas tratando de agarrar con una pinza unos ositos de peluche que no salían más de 30 pesos.
No es lo mío..., no consigo coordinar en ese juego, cuando quiero abrir la pinza, suelto la campera. Cuando quiero largar la pinza tiro la matera.
Sofía por suerte sacó un caballito azul y me lo regaló.
- Dale abuelo -me dijo - llevame a comer algo, tengo hambre.
- Bien..., seguro que a la vuelta encontramos un frankfrutero.
- No, abuelo, llevame a Mac Donald’s.
- ¡Nooooooo! ¡No, no, no y no! Nunca entraré a ese lugar en que muelen desperdicios y los transforman en comida, cortan pedacitos de plástico y los ponen en bolsitas de papas fritas ¡Noooo! ¡Ni siquiera por vos, Sofía!
- Un happy meal, sin ketchup, sin queso y una coca -le dije a una chica igualita de la del cine, las maquinitas y el pororó...
- No -me contestó- a Sofía le gusta con queso. ¿Y para usted?
- Ehhh..., un chorizo con picantina, hongos y criolla.
Algo que no entendí pasó en ese momento, porque se rió igual que la de Walt Disney y me dio solo el pedido de Sofía.
Mi pequeña “nieta zapping” no había terminado de comer cuando se metió en el pelotero y en unos tubos enormes junto a una manga de foraj... de niños que disfrutaban del sábado.
Cargado de mi equipaje, más los jueguitos que traía la cajita y el caballito azul me asomaba de a ratos a unas ventanitas de vidrio en las alturas para ver si todavía respiraba.
Dos veces me tuve que meter en los tubos (sin largar la ropa) porque Sofita no se animaba a tirarse.
- ¿Qué le parece si nos vamos? El abuelo está cansado, con frío y transpirando.
- ¿Al baño? ¿No aguanta hasta llegar?
Yo temía este momento, sabía que me podía pasar.
- Sofiita, escúcheme un poquito, mi amor, yo no puedo entrar al baño de las niñas, aguántese hasta llegar.
-No, abuelo -me dijo- no aguanto más.
-Bien..., ¿qué va a hacer en el baño? -pregunté y me preparé para la peor respuesta.
- Caca, abuelito.
Volvimos al shoping y cuando nadie me vio me metí en el baño de las mujeres y me escondí atrás de una puerta esperando que mi nieta me avisara.
- Ya está abuelo, limpiáme -gritó mi nieta.
-Voy Sofiita -le dije y me topé con una vieja que salía subiéndose la bombacha desde una de las puertas.
Lo que siguió fue muy triste, me golpeó fuerte con un paraguas al grito de de-ge-ne-ra-do.
Así, una sílaba, un golpe de paraguas: ¡De-ge-ne-ra-do!!
Y me pegó hasta que llegó el guardia que por radio pidió ayuda a sus compañeros.
Ayuda precisaba yo.
Mi nieta se la tuvo que arreglar sola una vez más y mientras se acomodaba el pantalón les dijo:
- Es mi abuelo otra vez Pablo..., ya me lo llevo.

Eduardo Galeano -escritor