lunes, 14 de marzo de 2011

Ushuaia – 7

A la mañana siguiente emprendimos rumbo a Río Gallegos, para luego ir directamente a El Calafate. Pero nos tuvimos que quedar una noche en Río Gallegos, pues Marce tenía que arreglar por 3era. vez en este viaje,  el tanque de nafta del Peugeot. Por suerte un camionero le aconsejó que pusiera una “pollerita de goma” delante del tanque,  para evitar las piedras que le enviaban las ruedas delanteras. Fue el mejor consejo, no hubo más problema con las piedras del camino. Allí,  fuimos a comer a un restaurante y algo nos hizo mal. Hubo gastroenteritis para casi todos.  Como llevábamos un buen botiquín y 2 médicos pudimos superarlo y seguir al día siguiente.

En 1995, El Calafate era una pequeña ciudad muy pintoresca y en el mes de  enero estaba cubierta de flores.

Hicimos noche en un Hostel, donde todos nuevamente dormimos en un gran salón y además se podía cocinar.
Cada uno estaba dedicado a lo suyo. Los “2 grandes jefes” jugaban a las damas, siempre discutiendo las reglas del juego, los jóvenes  peleaban entre ellos (habían formado 2 bandos y su entretenimiento era pelear).   Moni y yo sacábamos cuentas. Analizábamos y organizábamos como hacer con la comida,  ya que el plan era pasar una semana en un camping que se encontraba a 2 km del Glaciar Perito Moreno. Nos habían avisado que ni en el camping,  ni  a sus alrededores había posibilidad de comprar alimentos. Que no había proveedurías en la zona, ni luz eléctrica en el camping. El último lugar para aprovisionarse era un pueblito en las afueras del Calafate. En ese entonces,  para llegar al glaciar desde el pueblo eran 80 km de camino de tierra y ripio, en bastante mal estado.

- Llevemos toda la comida que podamos cargar en los dos coches – le dije a Moni
- Está bien, pero para cuando lleguemos,  que los muchachos hagan un asado y  mientras nosotras armamos la cocina – me respondió Moni. Si sobra algo del asado,  a la noche le agregamos fideos o arroz con una salsa. (ja…ja…ja)

Compramos y cargamos tanta comida como pudimos. Los chicos la llevaban en sus faldas porque en los baúles no entraba un alfiler. Llevaban bolsas con pan, fideos, latas,  arroz, frutas, galletas, etc.
Claro,  que 80 km de tierra les abría el apetito. Así que empezaron a comer el pan, las frutas, galletitas etc.

Pero estaban tan contentos que íbamos al glaciar, que dejaron las rencillas de lado, lo cual era un alivio para nosotros.

Acampamos. El frío que hacía a pesar de ser enero (mes de pleno verano en nuestro país) era increíble. No podíamos quitarnos las camperas y recurríamos a todo lo de lana que habíamos traído. Pero era tan hermoso, estábamos solo a unas cuadras del glaciar y sentíamos el ruído de los bloques de hielo que se desprendían y caían.

Íbamos y veníamos, nos quedábamos horas sentados con el mate,  mirando caer los enormes bloques de hielo. ¡Una fiesta!


Algunos integrantes del grupo,  decidieron hacer una excursión en lancha para acercarse casi al lado del glaciar.




Moni y yo en cambio,  decidimos tomar un té en la Hostería Los Notros, muy cerca del glaciar. Nos sentamos al lado de una ventana con vista al mismo y calentitas,  sentadas al lado de un hermoso hogar a leña, veíamos desde ahí caer los enormes bloques de hielo.
¡Que bien lo pasamos!


Llevábamos 2 días de campamento y Moni y yo empezamos a notar que se estaban acabando las provisiones. El frío nos hacía comer a todos más de lo calculado y ni les cuento a los chicos.

Averiguamos si había un pueblito,  almacén o lo que sea donde nos vendieran comida sin tener que volver los 80 km de ripio al Calafate. No, no había.

Asamblea general.
“Nos estamos quedando sin comida, Si quieren quedarse un poco más en este lugar, hay que racionar lo que queda. De lo contrario tendremos que volver. No vamos a hacer 160 km de este camino solo para traer comida”.
Discurso de los grandes jefes. Quejas a granel.
Esa noche Moni y yo, hicimos el  último guiso de arroz con lo que encontramos en la despensa. Tratamos que las 10 porciones fueran equitativas, pero todos nos quedamos con hambre.

A la mañana siguiente una de mis hijas, me dice:
- Mami, probá este dulce que hice…
- No me digas que usaste todo el azúcar que teníamos? – pregunté y al la vez corrí, solo para comprobar que efectivamente,  en el tarro de azúcar no quedaba nada.
- Pero probálo – insistía. Moni y yo probamos una puntita con la cuchara. Y se me ocurre preguntarle de que era el dulce.
- Lo hice con unos frutos de un arbusto- dijo ella.
Nos llevó a verlos
- ¿Como sabés que son comestibles? -Preguntó uno de los varones  -¿y si son venenosos?
Fue suficiente. Decidimos partir y llenar nuevamente nuestros depósitos, con alimentos de origen menos dudoso.


Nos despedimos del glaciar. Aunque no habíamos logrado quedarnos una semana, igualmente lo disfrutamos mucho.

Va un videito del lugar



Continuará

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