Un sacerdote llegado a las misiones del nordeste argentino con el propósito de predicar las enseñanzas del Divino Maestro, cruzaba todos los días la selva en busca de indios para convertir. Cierta vez al cruzar una picada, oyó el angustioso lamento de una niña que perseguida por un yaguareté, se había refugiado en las ramas de un débil árbol.
Hacia allí se dirigió resueltamente el misionero, atrayendo sobre sí la furia del yaguareté, mientras gritaba a la desolada criatura que huyera velozmente para salvarse.
Mientras tanto la fiera, dejando una presa por otra, se abalanzó sobre el sacerdote, y con zarpazos terribles y potentes destrozó su vida. La sangre regó el blando suelo, sobre el que al poco tiempo nació una planta, el mburucuyá o pasionaria, cuya flor recuerda al mundo la belleza de sufrir por el bien de los demás...
Ah, ahora si, ya me di cuenta, el vínculo con la comida está oculto en la quinta línea donde dice: “Cierta vez al cruzar una PICADA,…”, muy astuta Gely.
ResponderEliminarCariños,
Horacio (El Sagaz)
Bueno!! A veces me salgo un poco de las ollas y sartenes para contar algo más romántico.No todo en la vida son papas y cebollas...
ResponderEliminarUn beso Horacio!!
Gely