Hace unos años estuve en Londres y en aquel entonces me sorprendió ver en muchas estaciones del Metro, gente sentada en el suelo con un cartel que decía:
“I'm hungry”
Uno de mis acompañantes me dijo:
—¡¡Cuantos Húngaros hay aquí!! (Obviamente no sabía inglés).
Pero también había músicos tocando todo tipo de instrumentos: Flauta, Saxo, Violín, guitarra, charango, e inclusive llegué a ver cantantes y bailarines.
En ese entonces, en los subterráneos de Bs. As. todavía no se veían músicos o actores. Si, vendedores de todo tipo.
Esto viene a cuento, porque hace unos días viajé en el subte (Metro). No lo utilizo muy seguido.
Tuve que ir al centro por unos trámites. Pleno Micro-Centro de Bs. As. Para volver a mi casa tomé el subterráneo que va desde Catedral a Congreso de Tucumán. El viaje normalmente dura, de 30 a 35 minutos.
Como eran las 11:30 hs de la mañana, no había tanta gente y logré sentarme cómodamente.
Pasamos dos estaciones y los asientos ya se habían completado.
En un momento, subió una señora de unos 30 años, vestida modestamente, con cara de “muy sufrida”. A medida que pasaba por delante de los pasajeros dejaba sobre la falda de cada uno, una lapicera o bolígrafo empacada en cartón y plástico sellado. La ofrecía por $5.
De entrada le dije que no la quería y di las gracias. Luego empezó a recoger las lapiceras (observé que nadie compraba) las colocaba dentro de una caja y las contaba. Algo no salía bien en sus cuentas y pasaba de nuevo, una y otra vez, viendo si había quedado en algún asiento una lapicera sin recoger. Pasó tantas veces, que la gente empezó a mirar si la lapicera faltante, había caído por algún lado.
De entrada le dije que no la quería y di las gracias. Luego empezó a recoger las lapiceras (observé que nadie compraba) las colocaba dentro de una caja y las contaba. Algo no salía bien en sus cuentas y pasaba de nuevo, una y otra vez, viendo si había quedado en algún asiento una lapicera sin recoger. Pasó tantas veces, que la gente empezó a mirar si la lapicera faltante, había caído por algún lado.
Estaba en eso la situación, cuando en una estación, subieron una joven y un joven. Empezaron a discutir entre ellos. La discusión iba subiendo de tono, al punto que la vendedora de lapiceras interrumpió la búsqueda y se quedó en un costado mirando. Parece que discutían por celos. Ella le recriminaba al joven que era un caso perdido y que mujer que veía, quería conquistarla, incluso estando ella presente.
En mi caso me di cuenta enseguida que la situación era falsa. Eran actores ambulantes que van por los subtes y hacen una pequeña “escena preparada” y luego pasan la gorra. Obviamente, la escena que dura 2 o 3 estaciones, termina bien. La parejita se reconcilia con besos y abrazos.
Cuando los actores comenzaron a pasar los sombreros para recaudar algún dinerillo, la mayoría de la gente depositó una propina (yo también).
La mujer que estaba buscando aún su lapicera, dijo en voz alta:
—A mi me falta una lapicera. ¿Nadie la vio? —preguntó a todos los pasajeros.
—A mi me falta una lapicera. ¿Nadie la vio? —preguntó a todos los pasajeros.
—Ustedes si que deben tener la heladera llena —les increpó a los actores. Estos conversaron algo con ella, le palmearon la espalda y bajaron en la siguiente estación.
La mujer emprendió nuevamente la búsqueda de la lapicera. Entonces, un Señor mayor, le pregunta:
— Cuanto vale la lapicera que perdiste?.
Ella lo mira y le responde:
— $5.
El Sr. saca su billetera y le da un billete de $10, a lo cual la mujer hace amago de darle el vuelto, pero el Señor Le dice:
—No. Quedátelo por favor.
La mujer lo mira sorprendida y le da las gracias; hasta se la ve algo emocionada. Los pasajeros empiezan a aplaudir al hombre, e incluso alguien le grita:
La mujer emprendió nuevamente la búsqueda de la lapicera. Entonces, un Señor mayor, le pregunta:
— Cuanto vale la lapicera que perdiste?.
Ella lo mira y le responde:
— $5.
El Sr. saca su billetera y le da un billete de $10, a lo cual la mujer hace amago de darle el vuelto, pero el Señor Le dice:
—No. Quedátelo por favor.
La mujer lo mira sorprendida y le da las gracias; hasta se la ve algo emocionada. Los pasajeros empiezan a aplaudir al hombre, e incluso alguien le grita:
—¡¡Grande maestro!!
Instantes después desaparece la vendedora y ya casi llegando a Congreso de Tucumán, entra un grupo de músicos latinoamericanos. Esta vez eran tres, con: guitarra, quena y charango. Comenzaba otro acto, pero yo tenía que bajar.
Instantes después desaparece la vendedora y ya casi llegando a Congreso de Tucumán, entra un grupo de músicos latinoamericanos. Esta vez eran tres, con: guitarra, quena y charango. Comenzaba otro acto, pero yo tenía que bajar.
Mientras subía la escalera mecánica, me planteaba las cosas que pueden suceder en 30 minutos. La variedad de personajes que deambulan por una ciudad. La bondad de algunas personas, como este señor que le dió el dinero a la vendedora de bolígrafos.
En cualquier ciudad, solo basta con tener la mirada atenta para encontrar una historia y hay millones de historias.
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