Tengo la suerte de vivir a 10 cuadras del río. Pero no de cualquier río, del ”Río de la Plata”.
Justo en mi zona, Vicente López, hay un hermoso parque costero de unos 2 Km de longitud. Es muy bonito. Permite todo tipo de actividades: andar en bicicleta, en patines, remontar barriletes, hay juegos para niños, espectáculos en el anfiteatro o simplemente se puede caminar, como hago yo.
Camino mirando el horizonte del río, viendo los veleros… y aprovecho que es una hermosa tarde otoñal.
Hay mucha gente; tomando mate, corriendo, jugando a las bochas, etc. Pero entre tantas personas, siempre hay algún personaje que llama la atención.
En esta oportunidad, ví a un hombre de aspecto muy humilde y tirando a viejo, que estaba solo sentado a la orilla del río. Tenía a su lado una gran bolsa, de donde sacaba trozos de pan y los lanzaba al aire.
Estaba rodeado de palomas, cotorras y otras especies de pájaros que no reconocí. El hombre tenía cara triste, o por lo menos esa era “mi imaginación”.
Hay caras o expresiones que rápidamente me ponen en alerta y comienzo a fabular. Pensé: Es un solitario, no tiene a nadie y junta pan viejo durante la semana, para venir a darle a los pájaros. Estos a su vez son tan confianzudos, que incluso las cotorras toman los trozos y salen volando. A veces se caen por el peso del pan o simplemente no pueden levantar vuelo y entonces viene una paloma y lo roba.
Pienso que este hombre siente que los pájaros le hacen compañía y lo alegran más que los seres humanos.
Yo me acerqué a sacarle fotos. Me miró con indiferencia y siguió con su tarea.
Estuve un rato sacando fotos y vi que se le iba vaciando la bolsa de pan. Imaginé que cuando esto ocurriera, tranquilamente doblaría la bolsa y emprendería el regreso a su habitual soledad. Habría terminado su recreo.
También terminó el mío y emprendí el retorno a casa.
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