Una vez por semana había limpieza general del gallinero; dejaban abierta la puerta y los pollos salían afuera. Para eso era necesario previamente, encerrar a Pepo dentro de la casa, ya que podía lastimarlos.
La tarea de Verónica era limpiar la suciedad del gallinero y la de Graciela, vigilar a los pollos y asegurarse que Pepo no apareciera.
Pero algo no funcionó ese día. Volvieron de la escuela y cada una hacía su parte, cuando de pronto apareció Pepo. Corría por el terreno persiguiendo a los pollitos, contento y ladrando. Los gritos de Graciela hicieron acudir a Verónica y a Marta.
En un instante, el espectáculo del fondo de la casa se tornó dantesco.
Graciela lloraba paralizada, su hermana y su madre perseguían a Pepo y no lo podían atrapar. Pepo estaba enloquecido. ¡Por fin jugaba con los pollitos!. Vaya si lo merecía, por ellos debió dormir un mes fuera de la casa.
Cuando pudieron detener a Pepo y volver a encerrarlo, hicieron el recuento. Era una catástrofe, se veían patas de pollos sueltas, cabecitas sin el cuerpo, sangre por todas partes. Verónica estaba tan impresionada que empezó a sentirse mal.
— Papá nos va a matar cuando se entere
— Vamos a guardar los que quedaron y tiremos el resto – dijo Marta
Contaron los sobrevivientes; quedaron 31. Pepo, jugando había destrozado 9 pollos.
Marta mandó a dormir a las niñas temprano y se encargó de contarle la noticia a Carlos.
A la mañana siguiente, Verónica y Graciela esperaban el castigo con resignación. Carlos ni bien las vio, las hizo acercarse y poner la oreja. Cada una recibió una serie de tirones bien fuertes,
— ¡Para que no se olviden de cumplir sus obligaciones!
Pepo también fue castigado. A partir de ese día iba a permanecer atado a un árbol, mediante una correa.
Uahh... Esto me impresiona. Pobres pollitos!
ResponderEliminar