Esa misma noche la familia dormía tranquilamente. Pero Verónica no estaba muy segura de estar despierta. Creía soñar que sucedía algo y hasta sentía un olor raro. Pero insistía en decirse a sí misma:
— Es un sueño. Seguí durmiendo.
Escuchaba voces, parecían las de Carlos y Marta. El olor era cada vez más intenso. Olía a... ¿huevo podrido? O no, tal vez a... ¿huevo duro? Se levantó y
fue hasta la incubadora. Encontró a Carlos enfurecido. No cesaba de insultar al amigo que le había vendido la incubadora; estaba enojadísimo. Marta procuraba calmarlo...
— ¿Que pasa mami? – preguntó, en medio de los gritos y malas palabras de Carlos.
— ¿Qué pasa?— repitió rabioso Carlos. Que falló el termostato y los 40 huevos, ahora son huevos duros. ¡Duros no, durísimos!
— ¿Y ahora qué hacemos?– preguntó llorando Graciela, que se sumó al alboroto. ¿Los pollitos no van a nacer?
— No — respondió Verónica. Vení. Silencio, papá está como loco. Mejor volvamos a la cama.
A la mañana siguiente, los huevos ya no estaban y casi... casi, no se olía a huevo duro.
Durante el desayuno nadie hablaba. Cuando Carlos se enojaba, las niñas se asustaban; se ponía de pésimo humor.
— ¡Maldito Gallego! No me avisó nada del termostato– rezongaba Carlos, mientras tomaba mate.
Repentinamente se levantó, cargó la incubadora, y salió. Marta alcanzó a preguntarle:
— ¿Pero dónde vas?
Carlos no llegó a responder y desapareció.
El ambiente era de tristeza total. La ilusión de los pollitos había quedado en nada.
Al atardecer, reapareció Carlos; nuevamente con la incubadora y una caja de cartón enorme. Dejó la caja sobre la mesa de la cocina. Las dos hijas mayores no aguantaron la curiosidad y la destaparon.
— ¡¡Ohhh!! — exclamaron ambas ante la sorpresa. !! ¡¡Está llena de pollitos!!
Marta vino corriendo a mirar. La bebita se paraba y en su media lengua, pedía que la levantaran; ella también quería participar.
— ¿Qué significa esto? – preguntó enojada Marta.
— Nada — comentó muy risueño Carlos. Es que el Gallego no sabía que el termostato no funcionaba, entonces para compensar me regaló pollitos recién nacidos. Me explicó que la incubadora tiene una recriadora. O sea que se le coloca un cerco alrededor dejando un espacio delante de la puerta y los pollitos se crían ahí. Como si fuese un gallinero chiquito y cuando tienen frío, van debajo de la lámpara. Ah... ya está arreglada.
Volvieron a armar el equipo, pero le agregaron un cerco bajito de madera alrededor. Colocaron los pollitos adentro. ¡Se los veía tan pequeños! Parecían pompones amarillos. Tenían tan solo 2 días de vida y no dejaban de piar.
¡¡Cuarenta pollitos pequeños que piaban sin parar!!
Carlos diseñó un nuevo plan de trabajo. Organizó horarios de alimentación y de limpieza: Los pollitos tendrían que comer varias veces al día y además, había que mantener muy limpia la zona donde se iban a desarrollar y crecer.
Fabricó unos pequeños bebederos y comederos y dirigiéndose a sus 2 hijas mayores, les indicó:
— Siempre tendrán que estar bien llenos, para que los pollos se alimenten mucho y crezcan rápido. Además, no apagaremos la luz durante la noche, para que sigan alimentándose.
Las amiguitas de las niñas, tanto del barrio como del colegio, encontraban que el mejor paseo, era visitar a los pollitos. Cada vez que venían, se entusiasmaban tanto, que se quedaban a tomar la merienda y Marta preparaba grandes cantidades de pan con manteca y azúcar para la nutrida concurrencia.
Pepo, Uyyy... Pepo sí que estaba enojado. Tenía prohibida la entrada a la casa.
Es que el muy juguetón, ladraba continuamente a los pollitos, quería jugar y los asustaba; con el riesgo de lastimarlos.
Pasaron los días y llegó el momento de mudarlos al exterior, a un lugar más amplio. Para eso Carlos construyó, un gallinero alambrado en el fondo de la casa. Le hizo un techito en el medio, para que los pollos tengan donde refugiarse por si llovía o hacía frio.
Estos ya habían cumplido su primer mes de vida y comenzaba a aparecerles algunas plumitas color marrón.
Los bebederos y comederos ahora eran de un tamaño mayor y las niñas protestaban. Tener que darles de comer varias veces al día, les quitaba tiempo para jugar. A veces se olvidaban y cuando Carlos se daba cuenta, se llevaban flor de reto y hasta algún tirón de orejas. Marta siempre trataba de estar atenta para que no se armen discusiones, y muchas veces se encargaba ella de esa tarea.
CONTINUARÁ
Yo a esa familia la conozco. Quienes son? Me acuerdo del gallinero
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