miércoles, 22 de septiembre de 2010

Capítulo 3. UN NUEVO PLAN DE TRABAJO

Esa misma noche la familia  dormía tranquilamente. Pero Verónica no estaba muy segura de estar despierta. Creía soñar  que sucedía algo y  hasta sentía un olor raro. Pero  insistía en decirse a sí misma:
 — Es  un sueño. Seguí durmiendo.
 Escuchaba voces, parecían las de  Carlos y Marta. El olor era cada vez más intenso. Olía a... ¿huevo podrido? O no, tal vez a... ¿huevo duro? Se levantó y
fue  hasta la incubadora. Encontró a Carlos enfurecido. No cesaba de insultar al amigo que le había vendido la incubadora; estaba enojadísimo. Marta procuraba  calmarlo...
— ¿Que pasa mami? – preguntó, en medio de los gritos y malas palabras de Carlos.
— ¿Qué pasa?— repitió rabioso Carlos. Que falló el termostato y los 40 huevos, ahora son  huevos duros. ¡Duros no, durísimos!
— ¿Y ahora qué hacemos?– preguntó llorando Graciela, que se  sumó al alboroto. ¿Los pollitos no van a nacer?
— No — respondió Verónica. Vení. Silencio,  papá está como loco. Mejor volvamos a la cama.

A la mañana siguiente, los huevos ya no estaban y  casi... casi, no se olía a huevo duro.
Durante  el desayuno nadie hablaba. Cuando Carlos se enojaba, las niñas se asustaban;  se ponía  de pésimo  humor.
— ¡Maldito Gallego!  No  me avisó nada del termostato– rezongaba Carlos,  mientras tomaba mate.
Repentinamente se levantó, cargó la incubadora, y salió. Marta alcanzó a preguntarle:
— ¿Pero dónde vas?
Carlos no llegó a responder y desapareció.
 
El ambiente era de tristeza total. La ilusión de los pollitos había quedado en nada.

Al atardecer, reapareció Carlos; nuevamente con la incubadora y una caja de cartón enorme.  Dejó  la caja sobre la mesa de la cocina. Las dos hijas mayores no aguantaron la curiosidad y la destaparon.


— ¡¡Ohhh!! — exclamaron ambas ante la sorpresa. !!  ¡¡Está llena de pollitos!!
Marta vino corriendo a mirar. La bebita se paraba y en su media lengua, pedía que la levantaran; ella también quería participar.
— ¿Qué significa esto? – preguntó enojada Marta.
— Nada —  comentó  muy risueño Carlos. Es que el Gallego no sabía que el termostato no funcionaba,  entonces para compensar  me regaló  pollitos recién nacidos. Me explicó que la incubadora tiene una recriadora. O sea que se le coloca un cerco alrededor dejando un espacio delante de la puerta y los pollitos se crían ahí. Como si fuese un gallinero chiquito y cuando tienen frío,  van debajo de la lámpara. Ah... ya está arreglada.

Volvieron  a armar  el equipo, pero  le agregaron un cerco bajito de madera alrededor. Colocaron los pollitos adentro. ¡Se los veía tan pequeños! Parecían pompones amarillos. Tenían tan solo 2 días de vida y no dejaban de piar.
¡¡Cuarenta pollitos pequeños que piaban sin parar!!

Carlos  diseñó un nuevo plan de trabajo. Organizó  horarios de alimentación y de limpieza: Los pollitos tendrían que comer varias veces al día y además, había  que mantener muy limpia la zona donde se iban a desarrollar y crecer.
Fabricó unos pequeños bebederos y comederos y dirigiéndose a sus 2 hijas mayores, les indicó:
  Siempre  tendrán que estar bien llenos,  para que los pollos se alimenten mucho y crezcan rápido. Además, no  apagaremos la luz durante la noche, para que sigan  alimentándose.

Las amiguitas de las niñas,  tanto del barrio como del  colegio, encontraban que  el mejor paseo, era visitar a los pollitos. Cada vez que venían, se entusiasmaban tanto, que se quedaban a tomar la merienda y Marta preparaba grandes cantidades de pan con manteca y azúcar  para la nutrida concurrencia.

Pepo,  Uyyy... Pepo sí que estaba enojado. Tenía prohibida la entrada a la casa.

Es que el muy juguetón,  ladraba continuamente a los pollitos, quería jugar y los asustaba; con el riesgo de  lastimarlos.

Pasaron los días y llegó el momento de mudarlos al exterior, a un lugar más amplio. Para eso Carlos construyó, un gallinero alambrado en el fondo de la casa. Le hizo  un techito en el medio, para que los pollos tengan donde  refugiarse por si llovía  o  hacía frio.
Estos ya  habían cumplido su primer  mes de vida y comenzaba a aparecerles  algunas plumitas color marrón.
 Los bebederos y comederos ahora eran  de un tamaño mayor y las niñas  protestaban. Tener  que darles de comer varias veces al día, les quitaba tiempo para jugar. A veces se olvidaban y cuando Carlos se daba cuenta, se llevaban  flor de reto y hasta algún tirón de orejas. Marta  siempre trataba de estar atenta para que no se armen  discusiones, y muchas veces se encargaba ella de esa tarea.

                                                            CONTINUARÁ

1 comentario:

  1. Yo a esa familia la conozco. Quienes son? Me acuerdo del gallinero

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