Nota: Este es un relato verdadero, pero como es un poco extenso va a ir en capítulos.
Carlos llegó a casa muy contento, tenía en mente una idea genial.
— ¿Marta, que te parece si nos ponemos a criar gallinas? — preguntó
— ¿Gallinas? – lo miró asombrada.
— Si, estuve leyendo que hay algunas razas de gallinas que son muy ponedoras. Podríamos criarlas y cuando tengamos los huevos, venderlos al por mayor. ¡Sería todo ganancia! — trató de convencer a Marta.
— ¿Pero vos que sabes de criar gallinas? – preguntó preocupada Marta
— Nadie nace sabiendo. Mirá los libros que compré para ir estudiando — Le alcanzó tres libros con tapas ilustradas. Se veían gallinas y pollos de diversos colores.
Carlos amaba los desafíos. Siempre estaba pensando algún emprendimiento nuevo, que ayudase a la familia a salir de la pobreza. Hábil, ingenioso e investigador, se lanzaba apasionadamente a sus nuevos proyectos.
Su mujer sabía que el entusiasmo iba en aumento. Colocaba todas sus energías en el proyecto del momento. Pero en general, no perduraba en el tiempo. Poco a poco iba perdiendo el interés. Marta, conociéndolo, trataba de disuadirlo antes de comenzar.
— Carlos. ¿Cómo vamos gastar dinero en algo que no sabemos que puede resultar?
— Va a salir bien. No puede fracasar. Solo hay que seguir las instrucciones que dan los libros – insistió. Además para empezar, un amigo me vendería una incubadora usada, a muy buen precio.
En medio de la discusión, entraron las tres hijas: Verónica, 10 años, Graciela, 6 años y Estela, ocho meses; ésta última en brazos de Verónica. Habían escuchado parte de la conversación y Verónica, interesada, preguntó a su padre:
— ¿Que es una incubadora?
— Es un aparato que reemplaza a la gallina — explicó. Tiene una lámpara que da calor y los huevos se colocan debajo de esta lámpara.
— ¿Y los pollitos cuando nacen? – preguntó Graciela
— Y... tienen que pasar 21 días, igual que si fuese una gallina – respondió Carlos. Después de ese tiempo las cáscaras de los huevos empiezan a rajarse.
— ¿Porqué se rajan? – insistió Graciela
— Porque el pollito está por nacer y quiere salir, entonces picotea la cáscara desde adentro del huevo— respondió en tono didáctico Carlos.
— ¡Qué lindo! – exclamó Verónica. ¿Y nosotras vamos a tener esos pollitos?
— Bueno, estoy tratando de convencer a mamá que acepte – rió Carlos, mientras abrazaba a Marta.
— ¡¡Dale mami, dale, se buena!! ¡¡Dejálo a papá que crie pollitos!! – rogaban al unísono las dos niñas.
Marta miró a los cuatro integrantes de su familia, hasta la bebita sonreía tratando de convencerla... Sabía de antemano lo inútil de negarse. Carlos siempre salía con la suya y era muy difícil no complacer a las niñas.
— Bueno, bueno... está bien — Pero, tienen que comprometerse a ayudar. Los pollitos. ensucian muchísimo. — agregó
—¡¡ Hurra!! – gritaban ambas hermanas y hacían saltar a la bebita de alegría.
— ¿Cuándo los vamos a tener? – preguntaron ansiosas.
— ¡Eh!... Momento, momentito – Primero voy a traer la incubadora. Tenemos que buscarle un lugar y hacer la instalación. Después hay que comprar los huevos con galladura. – enumeró Carlos
— ¿Para qué tienen que tener galladura? – preguntó Graciela.
— El huevo que tenga galladura va a ser pollito, el que no la tenga, no. Ambas niñas se conformaron con una explicación tan simple.
Pasaron varios días, Carlos se dedicaba exclusivamente a informarse. Tenía que saber cómo funcionaba la incubadora, que clase de huevos convenía más.
Leía los libros con avidez; averiguaba con comerciantes de pollos. Preguntaba y preguntaba. Finalmente, su conclusión fue que las mejores ponedoras eran unas gallinas de raza, llamadas New Hampshire, nombre que procedía de una ciudad de Estados Unidos.
El libro definía la raza de la siguiente forma:
Gallinas tamaño grande. Buen plumaje, color marrón.
Crecimiento rápido. Muy buenas ponedoras de huevos.
Huevos: color marrón, de regular tamaño.
CONTINUARÁ
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